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lunes, 2 de marzo de 2020

La leyenda

La leyenda es un género literario que puede definirse como una forma narrativa en prosa con valor de verdad.[1] 
Este tipo de narración se refiere a la relación del hombre con lo sobrenatural y sus temas pueden ser religiosos o profanos. El narrador/transmisor ubica la narración en un tiempo más o menos reciente y en un lugar conocido por la comunidad (a diferencia del mito que narra lo acontecido en un pasado remoto y relacionado con el origen y la formación del mundo). Como todo género de la literatura tradicional, la leyenda vive en variantes; es decir que no existe una versión única sino que una leyenda tiene múltiples versiones y se cuenta de manera distinta en cada comunidad. El acervo de leyendas conserva su vigencia en la medida en que continúa transmitiéndose y los habitantes de la comunidad siguen otorgándole valor de verdad. Calificar la leyenda como narración breve quiere decir que se trata de una narración sin mayor complejidad narrativa en la que, generalmente, se desarrolla un solo motivo; es decir que únicamente se narra un acontecimiento y no la variedad de motivos o acciones que se desarrollan, por ejemplo, en un cuento. Del mismo modo no abunda en descripciones ni de los personajes ni de los espacios ya que, en gran medida, éstos son conocidos por los oyentes.
La enunciación de las leyendas no requiere de un espacio ni de un auditorio específico; puede ser contada a un solo receptor o a un público más amplio y de cualquier edad. Se transmite con el afán de conservar ciertos valores y conocimientos acerca de la propia comunidad ya sea de su historia o de su vida cotidiana. Respecto de su distribución geográfica podemos decir que en todo México, la leyenda es un género que mantiene su vigencia tanto en comunidades rurales y suburbanas como en los grandes núcleos urbanos; tanto en comunidades predominantemente indígenas como en las mestizas. Dada la pluralidad cultural de nuestro país, podemos hallar variedad de leyendas y múltiples versiones que relatan desde narraciones sobre creencias de la época prehispánica hasta otras relacionadas con diversas tradiciones ya sean del continente americano, de la tradición panhispánica o de una tradición universal.
La leyenda es un género abierto y flexible pues tiende a presentar características regionales o locales; de ahí que muchas veces no sea posible aplicar los mismos criterios de definición y clasificación elaborados sobre un corpus de leyendas de una cultura y región determinadas a otra. No obstante las posibles diferencias, sobresalen tres elementos característicos para toda leyenda: el valor de verdad, la ubicación en un tiempo y un lugar más o menos determinados, y su sencillez narrativa y estructural.
El valor de verdad en la leyenda
El valor de verdad es uno de los rasgos esenciales de la leyenda. La distingue del cuento porque éste es concebido como una ficción, como algo irreal, pero la relaciona con el mito, en el sentido en que la degradación de un mito por la pérdida de su valor fehaciente –en cuanto a explicación del mundo– puede originar una leyenda. Esto no quiere decir que la leyenda se derive forzosamente de un mito, ni que la leyenda sea un mito desacralizado o adaptado al pensamiento más moderno de una u otra cultura. El proceso es mucho más complejo: no hay una transformación directa sino un largo camino desde la pérdida del valor fehaciente del mito, la evolución de las mentalidades y la conservación de ciertos elementos míticos que subyacen en algunas creencias, ritos y costumbres de una comunidad hasta llegar a la leyenda. Es decir que en una leyenda no puede “rastrearse” un mito, sólo se pueden hallar elementos como temas y motivos que formaban parte de un mito.[2]
La importancia del valor de verdad en la leyenda ha sido reconocida por distintos estudiosos: Arnold van Gennep, a principios del siglo xx, señalaba que la leyenda era “objeto de fe” tanto para la comunidad como para el propio narrador-transmisor.[3] François Delpech subraya que este género puede tener distintos niveles de creencia pero que aun en las comunidades más avanzadas, una leyenda se admite si no como verdad absoluta por lo menos con el “aire de probable”.[4] Linda Dégh considera que “la creencia es la piedra angular del género” y señala que no se trata de dilucidar si una leyenda es verdadera o falsa sino que si se transmite es porque posee ese valor y los portadores y sus oyentes podrán aceptar o dudar de lo narrado.[5] Para José Manuel Pedrosa, la leyenda “se percibe como posible (e incluso a veces como real, auténtico y hasta experimentado en persona) por el narrador y por el oyente”[6] y señala que ambos la sienten como “una historia extraordinaria y con contenidos poco explicables desde el ámbito de la experiencia normal y de la cotidianeidad, pero refrendada por su conexión con su espacio y tiempo vitales”.[7] Por mi parte, considero que se trata de un elemento definitorio. Es cierto que conforme las comunidades conviven con mayores adelantos tecnológicos, sus habitantes tienden a restarle credibilidad al relato. Sin embargo, la leyenda no es un género exclusivo de comunidades primitivas ni un género del pasado, su vigencia queda manifiesta en las recolecciones que se hacen directamente de la tradición oral tanto en medios rurales como urbanos y en cada versión se advierte la presencia de este valor de verdad. Ahora bien, tomando en cuenta que la leyenda es un relato sobre la relación del hombre con lo sobrenatural es innegable que dentro de una comunidad, lo que antes se consideraba como algo sobrenatural puede tener ahora explicaciones completamente racionales y la gente puede aceptarlas y dejar de creer en la primera explicación. Es el caso de varias leyendas que relatan la formación determinada de una roca, un cerro, una laguna o cualquier otro elemento de la naturaleza, por ejemplo:
Toda la gente de por acá cuenta que, ya más cerca de Zacatecas, donde no hay casi nada, nomás mezquites, hay un cerro, no muy grande, que tiene una cueva. Al cerro le llaman El Temeroso, porque por ahí huyó uno de la guerra de antes de la Revolución. Y como iba en su caballo, se encerró en la cueva para esconderse, pero ya nunca pudo salir, porque allí también había un dinero escondido que lo tentó. Y mientras guardaba el tesoro, se deslavó el cerro y se cerró la cueva. Entonces, por eso dicen que el cerro tiene esa forma saliente en forma de caballo porque el animal se quiso salir pero ya no le dio tiempo. Y la gente se ha juntado muchas veces para ir a sacar el dinero, pero cada vez que se acercan, hay como una luz que no los deja pasar. Unos dicen que es lo que relumbra del oro que hay guardado. Y nadie ha podido encontrar bien la cueva porque pasan cosas muy raras por ahí: se oyen voces y gemidos, y dicen que las ánimas del caballo y del soldado andan sueltas ahí. Y todo esto es verdad, porque lo cuentan desde nuestros abuelos o desde más antes.
David Herrera López, 68 años, campesino.[8]  
No obstante el posible cuestionamiento o explicación racional de los hechos, la comunidad suele conservarlas en su acervo ya que si bien este tipo de leyendas se aceptan –actualmente– casi como ficción (el que la roca saliente sea el caballo petrificado), la consideran como parte de sus orígenes o de lo que creían sus antepasados y eso es razón suficiente para tener un valor distinto al del cuento tradicional, aceptado como una ficción total, lejana en el tiempo y sin vínculos físicos con la realidad. Otros ejemplos serían los que relatan la formación del Cañón del Sumidero; del Popocatéptl y el Iztaccíhuatl; del Cerro de la Teresona, del lago de Zirahuén, y otras formaciones naturales del país.
Varios de los recursos empleados para la narración de la leyenda expresan y enfatizan dicho valor de verdad, por ejemplo la alusión a las fuentes. Es decir, utilizar fórmulas aparentemente ambiguas como “dicen que”, “cuentan que”, “todos dicen que”, “los viejos cuentan que” entre otras, se refiere a fuentes fidedignas; a miembros de la comunidad que forman parte de la cadena de transmisión oral y que poseen cierta autoridad, bien porque sean viejos o porque sean transmisores privilegiados que guardan en su memoria el acervo tradicional de toda la comunidad y, por lo tanto, su información es fiable. Otro recurso es la narración en tercera persona seguida de una anécdota personal narrada en primera persona que sirve  para “comprobar” lo contado reforzando el valor de verdad; por ejemplo el siguiente fragmento de La Llorona en el que la anécdota es brevísima:
[…] Y todos dicen que es una muchacha muy bonita, vestida de blanco y con el cabello muy largo y negro. Y sí, yo también, una vez, la vi, pero de espaldas: yo iba por el canal que lleva a la acequia y oí tan fuerte el llanto, que no creí que fuera de un ánima, hasta que vi a la mujer.
 Guadalupe H. de Noriega, 53 años, comerciante.[9] 
Generalmente la narración combina la tercera con la primera persona; sin embargo, cuando la creencia o tema central de la leyenda está completamente arraigado en la comunidad y es conocido por todos, se tiende a narrar únicamente la anécdota relacionada, esto sucede con mucha frecuencia al preguntar por leyendas sobre ánimas en pena como La Llorona o sobre brujas y nahuales. Algunos estudiosos como Linda Dégh y Andrew Vázsonyi consideran que el relato en primera persona proporciona mayor credibilidad al relato[10] pero esto no sucede, por el momento, en México ya que el recurso de aludir a fuentes fidedignas antes mencionado mantiene gran fortaleza.
La ubicación en un tiempo y un lugar más o menos determinados
En cuanto a la indicación del tiempo y el lugar más o menos determinados, la leyenda alude a tiempos que pueden ser identificados por los oyentes, aun cuando se trate de un pasado de más de un siglo. El narrador no suele mencionar una fecha exacta sino que se refiere a un tiempo más amplio que muchas veces implica un cambio de ciclo (de ahí que emplee términos como “en la época que había cólera…”, “antes de la revolución…”, “en el tiempo de las haciendas…” etc.). Esto permite al auditorio reconocer la ubicación, aunque sea relativamente; ya que para una comunidad, los cambios de ciclo determinan –en gran medida– su historia y, así, las diferentes épocas pueden distinguirse por algún acontecimiento o situación que haya afectado a toda la comunidad, por ejemplo: una epidemia, una guerra, una modificación urbanística, un desastre o fenómeno natural como temblores, inundaciones o sequías.Si bien la leyenda es una narración que alude al pasado, frecuentemente lo hace con relación al presente; es decir, establece dentro de la narración una asociación entre los dos tiempos relacionando a los miembros de una comunidad con tiempos y lugares del pasado; como señala Honorio M. Velasco: “las leyendas son un lenguaje de vinculación”[11] y esa asociación se vuelve “única, necesaria e indisoluble”[12] para las comunidades. El narrador da cuenta de ese pasado pero a partir de un presente que lo demuestra. Los ejemplos más claros son todas las leyendas sobre una persona o cualquier otro ser que vivió en el pasado pero que su ánima o espíritu se aparece constantemente. En estos casos suele incluirse un nexo como: “por eso” o “desde entonces”:
Dicen que por aquí, cuando la acequia todavía era grande, vivía una señora que le gustaba mucho salir por las noches y andar fuera; pero, a veces, no sabía qué hacer con sus hijos para poder irse. En una ocasión, que ya estaba desesperada por salir, agarró a sus hijos y los echó al agua de la acequia, y se ahogaron. Años después, ella murió un poco arrepentida y, aunque Dios la recibió, le dijo que su alma no podía estar salvada hasta que encontrara a sus hijos. Por eso, cuando llueve y lleva mucho agua el río, se escuchan los lamentos de la Llorona, que está buscando a sus hijos, gritando: “¡aaaaaaaayyy, mis hijos!”
Rosario Ruiz Elías, 23 años, ama de casa.[13]  
Esta vinculación también se advierte en aquellas leyendas donde su final es cerrado en el sentido opuesto a las apariciones de ánimas y otros seres que se perpetúan hasta el presente, por ejemplo cuando quedan rastros físicos de lo narrado, tal como sucede con la piedra en la que los bandidos de los caminos reales jugaban a las varas:
Dicen que hace muchos años, allá en la sierra de San Miguelito, se reunía una banda de ladrones españoles, solían beber y apostar en el famoso juego de las varas. En la cueva donde se refugiaban existía una piedra, como una loza, y ésta tenía varios orificios: el juego consistía en lanzar unas varillas en los orificios y quien tuviera mejor puntería era el que se quedaba con los objetos que robaban en los caminos reales. Esa piedra está allí y aún se pueden ver las varas con las que jugaban, hay quienes han ido intentando encontrar algún tesoro que los bandidos hayan enterrado, pero hasta el momento no se ha encontrado absolutamente nada.
Citronio Ramírez, 75 años, agricultor.[14]
O bien, en las innumerables leyendas toponímicas es decir que narran el origen nominal de un lugar ya sea una calle, un cerro, un lago o un pueblo y así tenemos el Callejón del diablo, la Calle del Mono Prieto, el Cerro de la Teresona, el Cerro de Mariana, la avenida Barranca del muerto, la laguna Suyula, entre muchos otros tal como ocurre en la leyenda mexiquense sobre la Curva del Charro negro:
Hubo un tiempo en que corrió el rumor de que en el pueblo de Juiquipilco se aparecía, por las noches, un Charro negro. Dicen que salía de una curva del camino y que llegaba hasta el centro del pueblo; después entraba a la Presidencia haciendo mucho escándalo, aventando los papeles que encontraba para regresarse, después, por donde había venido. Un señor que vivía cerca de la Presidencia y que siempre lo oía decidió esperarlo para ver quién era. Una noche se escondió cerca de la puerta de la Presidencia, llevaba una espada en la mano: Esperó a que el Charro entrara y cuando lo vio salir le encajó la espada. Y dicen que el señor recordaba perfectamente cómo se la había encajado pero que después ya no supo más de él porque cayó desmayado y cuentan que dicen que desde entonces ya no vieron jamás al Charro negro. También, desde entonces, a esa curva le llaman la “Curva del Charro negro”.
Vidal Mercado, 48 años.[15] 
Respecto de la ubicación en un espacio determinado o la referencia al lugar de los hechos, puede ser tan vaga como “por aquí cerca” o tan precisa que indique el nombre de una calle, pero siempre se tratará de un sitio dentro o en los alrededores de la localidad y vinculado a la vida de sus habitantes. En la mayoría de los casos, la especificidad del lugar funciona como estrategia del narrador para apoyar la veracidad del relato; en ocasiones, dependiendo del tema de la leyenda, esta precisión resulta innecesaria y el narrador no se detiene en detalles ya que se trata de un lugar conocido por todos los habitantes de la comunidad. Por ejemplo:
Cuentan que por donde está la bomba de agua vieja, ahí en el centro, vivió una señora que de joven fue muy hermosa y que…
En una época en que en San Luis había peste, vivían por aquí

Allá por la mina de Catorce hay un hombre acostado; como una estatua en la piedra…
Por ahí, en el camino viejo que lleva a "La Cola de Caballo" hay una casona muy vieja…
y otros muchos ejemplos en los que con sólo emplear los adverbios y una que otra señal, el oyente reconoce el lugar donde acontecieron los hechos narrados.
La referencia a un espacio concreto también cumple la función de establecer un vínculo entre pasado y presente, por ejemplo en la leyenda titulada “La bruja y el nahual” incluida en el apartado “Corpus” en la que la narradora alude a un pasado remoto reconocido por la comunidad (cuando no existía aún el molino viejo); a uno más o menos reciente (cuando funcionaba el molino viejo) y al presente (al inicio y al final de la leyenda): “Y ha habido otros casos, por eso hicieron el molino nuevo; porque nadie quería venir hasta acá al amanecer, cuando todavía está oscuro”, dice el relato. Y asimismo da cuenta de la fuerza que conservan ciertas creencias y leyendas en una comunidad ya que, como en este caso, propiciaron la modificación de la vida cotidiana de una comunidad al cambiar la ubicación del molino.
Esta misma función de vinculación se advierte con mucha frecuencia en la variedad de leyendas sobre cuevas con tesoros escondidos e inaccesibles debido a la presencia de ánimas vigilantes o de extraños movimientos telúricos, o sobre cuevas en las que ocurren inexplicables acontecimientos. La carga simbólica de la cueva que, por sí misma representa un vínculo con otros espacios y tiempos, cobra especial fuerza al ubicarse en relieves como cerros o montes relacionados con un pasado más bien remoto pero que forman parte del entorno físico y natural de la comunidad. 
La sencillez narrativa y estructural de la leyenda
Tal como han señalado diversos estudiosos, la narración de una leyenda es sencilla o simple en el sentido en que generalmente se cuenta un solo suceso de un personaje. Su lenguaje es sintético, no abunda en descripciones ni del protagonista ni del espacio ya que el narrador cuenta con el factor de prenotoriedad: el auditorio, el público oyente ya los conoce, puesto que son habitantes del lugar por eso resulta prescindible el detalle en las referencias espaciales y en la configuración del personaje; no es necesario desarrollarlos, basta con mencionarlos para que el oyente comprenda todo el relato. En la medida en que una leyenda narra acontecimientos ocurridos en la misma comunidad en que se cuenta, el narrador suele hacer uso de un lenguaje casi coloquial y, con frecuencia, pleno de regionalismos y términos locales.
La estructura de la leyenda de tradición oral puede calificarse de inestable pero es más bien flexible y sus rasgos generales responden a la forma como se transmite en cada región. Después de revisar innumerables ejemplos de nuestro país, podemos señalar que la estructura narrativa de este género se basa en lo que Celso Lara Figueroa llama un “núcleo-creencia”[16]  en torno al cual se desarrolla el relato y puede incluir uno o más motivos como unidades narrativas. Generalmente, el suceso narrado queda enmarcado en una especie de fórmulas o estructuras formulaicas de inicio y cierre del relato que se refieren tanto al valor de verdad y las fuentes fidedignas de donde lo aprendió el narrador expresadas en “dicen qué…”, “cuentan que..” o “los viejos cuentan…” como  la ubicación en un lugar y un tiempo más o menos determinados. Asimismo, la flexibilidad de la estructura propicia incluir –casi siempre al final y como prueba de lo narrado– una anécdota personal o memorata enunciada en primera persona. Como puede advertirse en algunos ejemplos de la sección “Corpus”, en algunos casos, la anécdota personal se presenta al inicio de la narración y el desarrollo del núcleo-creencia al final, sirviendo éste, como explicación de la anécdota.
La misma apertura estructural permite no sólo este intercambio en el orden de las narraciones sino, también, la posible elisión de la narración del núcleo-creencia en la medida en que éste se infiere del relato de la anécdota personal. No obstante esta posibilidad, hay que tomar en cuenta que la narración de una anécdota personal por sí misma no constituye una leyenda pues, en la mayoría de los casos, se deja a un lado el núcleo creencia y se convierte en el relato de una experiencia individual sin que cumpla las características propias del género tal como sucede cuando se cuentan situaciones personales de momentos en que se ha tenido miedo, se han escuchado ruidos extraños o relatos similares.
En cuanto a los recursos tradicionales propios de la leyenda se puede decir que debido al inmenso grado de apertura del género y a su escasa complejidad narrativa, los recursos tradicionales empleados se reducen en comparación con otras manifestaciones de la literatura de tradición oral como cuentos, romances, corridos y canciones. Sin embargo, podemos señalar como los más recurrentes: las fórmulas o estructuras formulaicas ya mencionadas y la repetición. Ésta se presenta, sobre todo, como recurso para reforzar el valor de verdad y como herramienta nemotécnica. Asimismo, suelen desarrollarse motivos que por su recurrencia podemos llamar tradicionales y que se presentan en diversos géneros para desarrollar distintos temas. Por ejemplo, la voz que dice “todo o nada” y que impide el acceso al tesoro escondido, o la referencia a piedras que se separan dejando abierto el paso a un espacio casi mágico, la alusión a días aciagos o días especiales propicios para que suceda algo extraordinario, entre muchos otros. La presencia de estos recursos tradicionales es mayor en las leyendas que desarrollan el núcleo-creencia que en aquellas versiones que únicamente lo mencionan privilegiando la narración de la memorata.

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