miércoles, 9 de diciembre de 2020

Cultura España.

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Las primeras manifestaciones culturales de importancia se remontan a la Prehistoria. Ya en el Paleolítico, hacia el año 15.000 a.C, existió la cultura francocantábrica, que se extiende por el norte de España y Europa hasta Asia. Se manifiesta sobre todo en la pintura de figuras de animales realizadas con fines mágicos y religiosos en diversas cavernas. La obra maestra es la gran sala de la Cueva de Altamira en Cantabria, calificada como «la capilla sixtina» del arte cuaternario.

A una etapa posterior, el Mesolítico, corresponden las pinturas de la escuela levantina, de origen africano, localizadas en abrigos que se extienden desde Lleida (Cataluña) hasta Albacete (Castilla-La Mancha). En ellas aparece la figura humana. En el primer milenio anterior a nuestra era surge en les llles Balears una cultura de impresionantes construcciones megalíticas (navetas, taulas, talayotes), entre las que destaca la Naveta dels Tudons, cerca de Ciutadella (Menorca). También en ese momento se desarrolla la cultura almeriense, con dólmenes de galería cubierta y cámara sepulcral circular, rematada con falsa cúpula; cabe citar la Cueva de Menga, cerca de Antequera (Málaga).

Dolmen de Menga, Antequera (Alejandro Cana, Instituto Nacional de Tecnologías Educativas)

En el valle inferior del Guadalquivir se desarrolla la mítica cultura de Tartessos, relacionada con el comercio de las colonias fenicias. A su vez, los griegos fundaron también colonias en las costas mediterráneas, en las que dejaron huellas artísticas importantes en localidades como Ampurias (Girona).

A la cultura céltica pertenecen, según todos los indicios, las esculturas de grandes verracos, como los toros de Guisando, en Ávila; a la ibérica, que funde influencias mediterráneas diversas, tres esculturas femeninas que se exponen en el Museo Arqueológico Nacional en Madrid: las damas de Elche, del cerro de los Santos y de Baza.

La romanización unificó culturalmente la península Ibérica y dejó, además de la lengua y numerosas instituciones sociales, abundantes restos artísticos. Algunos de ellos son fundamentales para conocer el arte romano, como sucede en el caso de los acueductos de Segovia y de los Milagros, este último en Mérida, el puente de Alcántara o el arco de Bará, en Tarragona.

Dos conjuntos excepcionales son los de Itálica, en Sevilla, y Mérida, con su espléndido teatro, en el que se representan obras clásicas durante la época estival. La gran cantidad de restos romanos de esta ciudad llevó a la construcción en su seno de un Museo Nacional de Arte Romano, inaugurado en 1986.

Si Roma construye la Hispania de los cinco primeros siglos, ésta le devuelve el tributo de sus mejores hijos, algunos como emperadores (Trajano y Adriano) y otros como literatos y filósofos. Tal legado de Roma impregna las instituciones y el mundo del Derecho. De él provienen, a través del latín vulgar, la totalidad de las lenguas peninsulares, salvo el euskera: el castellano, el catalán, el gallego y el portugués.

La difusión generalizada del cristianismo coincide en España con el inicio de la invasión germánica. Del arte visigodo no quedan excesivos vestigios, alejándose progresivamente del arte romano e incorporando influencias bizantinas y norteafricanas. Arco de herradura, ventanas geminadas, ábsides cuadrados y bóvedas de medio cañón son las características de las iglesias cristianas primitivas (Santa Comba de Bande en Ourense y San Pedro de la Nave en Zamora).

A partir del siglo VIII comienza el prerrománico asturiano, que alcanza su apogeo durante el reinado de Ramiro I (iglesias de Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo).

La invasión musulmana y el posterior periodo de Reconquista produjo la unión de tres culturas: cristiana, islámica y hebrea, cuya fusión e intercambio fue uno de los procesos más fructíferos de la cultura europea.

La perpetuación del legado clásico quedó asegurada con la creación por Alfonso X de la Escuela de Traductores de Toledo y Sevilla. Al rey Sabio se debe también la redacción de Las Siete Partidas y grandes aportaciones al mundo de la ciencia (Lapidario).

Por su parte, la tradición árabe dejará una profunda huella en el campo de la poesía, con figuras como Ibn Hazm de Córdoba (El collar de la paloma) e Ibn Quzman, innovador del metro clásico. Entre los filósofos destaca la gran figura de Averroes (1126-1198, Córdoba), comentarista de Aristóteles. Pero si la literatura es fecunda, no lo es me­nos la arquitectura. La Mezquita de Córdoba (iniciada en el 784) y Medina Azahara son muestras del arte califal. En Sevilla el antiguo alminar de la mezquita, la Giralda, junto con la Torre del Oro y el Alcázar constituye uno de los grupos monumentales más importantes de la arquitectura árabe, cuya última obra es el conjunto de la Alhambra de Granada.

Monasterio de Santo Domingo de Silos (Carmen Fernández, Instituto Nacional de Tecnologías Educativas)

Mientras que en el sur persistía la presencia árabe, el norte español se mantenía en estrecho contacto con la cultura europea del momento a través del Camino de Santiago de Compostela que concluye en la tumba del apóstol. A lo largo del Camino surgen iglesias en las que el románico europeo se funde con el prerrománico típicamente español: catedral de Jaca, en Huesca, iglesia de San Martín de Frómista, en Palencia, panteón de San Isidoro de León, con bellos frescos, y sobre todo, la gran catedral de Santiago de Compostela, con su importante conjunto de esculturas del Pórtico de la Gloria, considerada como la obra cumbre del románico español.

La pintura románica se expresa en los frescos y el dibujo se desarrolla en los códices (Beato de Liébana, Beato de Cirona).

La escultura obtiene una fisonomía precisa en el siglo XI que se manifiesta fundamentalmente en el claustro de Santo Domingo de Silos (Burgos), el panteón y las portadas de la iglesia de San Isidoro (León), los capiteles de la catedral de Jaca (Huesca), el monasterio de Ripoll y la citada catedral de Santiago. Notables monumentos románicos se localizan también en la región castellano-leonesa: Ávila, Zamora, Soria, Salamanca, Segovia, Burgos; en Navarra, Aragón y Cataluña destacan iglesias con bellísimas pinturas conservadas en su mayor parte en el Museo de Arte de Cataluña (Barcelona).

La literatura conoce en este periodo -siglo XII- el inicio del castellano como lengua literaria con el Cantar de Mio Cid, que dará comienzo también a la épica.

La irrupción del gótico en España comienza en el siglo XIII con un estilo arcaico cisterciense: monasterios de Huelgas (Burgos) y de Poblet (Tarragona), para alcanzar su máximo esplendor en la catedral de León. Al siglo XIV corresponderá el gótico catalán (Barcelona, Girona, Palma de Mallorca) y al siglo XV el flamígero español (Sevilla, Toledo y Burgos). La arquitectura civil comenzará su desarrollo en ese periodo: Atarazanas de Barcelona y lonjas de Valencia y Palma de Mallorca.

En literatura los avances son importantes. Frente al popular mester de juglaría, surge el culto mester de clerecía. Gonzalo de Berceo se convertirá en el primer poeta de la lengua castellana con los Milagros de Nuestra Señora.

Ya se ha citado a Alfonso X el Sabio con ocasión de sus Siete Partidas, pero no se puede olvidar su Crónica General y las Cantigas de Santa María en gallego. En su reinado aparecerán las primeras colecciones de cuentos: Libro de Calila e Dimna, y el inicio del teatro: Auto de los Reyes Magos.

El siglo XIV será una época extraordinariamente fructífera, con profundas influencias del humanismo italiano en obras literarias como el Libro de Buen Amor (Arcipreste de Hita), el Conde Lucanor (infante don Juan Manuel) y Crónicas y Rimado de Palacio (Pedro López de Ayala).

A partir del siglo XV la literatura se hace lírica y cortesana, preparando la transición ideológica entre las concepciones medievales y las renacentistas del inicio de la Edad Moderna. La figura principal será el Marqués de Santillana (1398-1458), introductor del soneto en España, y Jorge Manrique con las Coplas por la muerte de mi padre.

La conjunción entre el gótico español y el renacimiento italiano da lugar al plateresco, producto de la fusión de ambos estilos arquitectónicos. Muestras de ese estilo son las Universidades de Alcalá de Henares y Salamanca, que se desarrollan en esa época. Se consolida la lengua castellana con la publicación del Arte de la lengua castellana, primera gramática aplicada a una lengua vulgar. Aparecen las novelas de caballería, entre las cuales destaca el Amadís de Gaula.

La evolución del teatro también es notable. Juan del Encina (1469-1529) aborda ya temas seculares. Pero la gran transformación vendrá de la mano de La Celestina o Tragicomedia de Calixto y Melibea, de Fernando de Rojas, la segunda obra en importancia de la literatura española después de El Quijote.

A caballo entre el Renacimiento y el Barroco, el Siglo de Oro español (XVI-XVII) es la época más fecunda y gloriosa de las artes y las letras españolas.

La novela alcanza aquí su máxima expresión española y universal con El Quijote, de Miguel de Cervantes, junto con otras manifestaciones nítidamente hispanas como la literatura picaresca: Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán, y el Lazarillo de Tormes, anónimo.

La evolución de la poesía correrá pareja. Boscán y Garcilaso de la Vega en el siglo XVI adaptarán al castellano la lírica italiana, que encuentra su máxima expresión en la mística: Fray Luis de León y San Juan de la Cruz, y dentro de la prosa Santa Teresa. Dos grandes figuras de esta época son Luis de Góngora y Francisco de Quevedo.

"Luis de Góngora", Diego de Velázquez (Instituto Nacional de Tecnologías Educativas)

El teatro también experimenta cambios de gran envergadura. Deja de representarse en entornos eclesiales, con la creación de los llamados «corrales de comedias», que aún perduran en localidades como Almagro (Ciudad Real). Confieren un brillo sin precedentes a esta forma de expresión artística Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca.

El humanismo florecerá también desde los inicios de la Edad Moderna con Luís Vives y trabajos monumentales en equipo como la Biblia Políglota Complutense.

No puede dejar de mencionarse como cierre del periodo, dentro ya del siglo XVII, a Baltasar Gracián, autor de El Criticón.

El siglo XVI español conocerá un pintor de excepción: Doménico Theotocópulos, el Greco, cuya obra se desarrolla fundamentalmente en Toledo. Entre ellas, El expolio, El martirio de San Mauricio, La Resurrección de Cristo y El entierro del conde de Orgaz, que señalan un hito de la pintura española y universal.

El realismo del siglo XVII tiene su máxima expresión en Diego Velázquez (1599-1660), cuyas principales obras son: Las meninas, Las hilanderas, Los borrachos, La rendición de Breda, La fragua de Vulcano, La Venus del espejo, junto con sus famosos retratos de Felipe IV, El príncipe Baltasar Carlos y el Conde-duque de Olivares, que en su mayor parte se encuentran en el Museo del Prado.

Si Velázquez pinta en Madrid, Zurbarán y Murillo lo harán en Sevilla con una temática fundamentalmente religiosa.

El Siglo de Oro tiene también un estilo arquitectónico propio, el estilo herreriano, cuyo máximo exponente será el monasterio de El Escorial, construido por orden de Felipe II, inicialmente proyectado por Juan Bautista de Toledo y realizado tras su muerte por Juan de Herrera.

Procedente de Italia, de donde toma su nombre, el barroco encarna el espíritu de la Contrarreforma. Es un estilo fundamentalmente decorativista, de formas caprichosas y recargadas. El barroco, de la mano de la Compañía de Jesús, impregna todos los monumentos religiosos de épocas anteriores superponiéndose al gótico e incluso al románico.

Sus mejores exponentes son: la fachada del Hospicio (Madrid), el palacio de San Telmo (Sevilla), la portada del Obradoiro (Santiago de Compostela), la iglesia de los jesuitas de Loyola, la fachada de la Universidad de Valladolid y el santuario del Pilar en Zaragoza.

El siglo XVIII, llamado también Siglo de las Luces, introduce el espíritu de la Ilustración, y con él la educación, la ciencia, las obras públicas y una concepción racional de la política y de la vida.

El nacimiento de nuevas instituciones culturales se inicia ya en el reinado de Felipe V con la fundación de la Librería Real (luego Biblioteca Nacional) y la Academia de la Lengua en 1714. Veinte años más tarde se crean las de Medicina, Historia, Farmacia, Jurisprudencia y Nobles Artes de San Fernando.

La ciencia recibe un gran impulso con la creación del Gabinete de Historia Natural, el Jardín Botánico, la Escuela de Mineralogía, el Gabinete de Máquinas del Retiro, el Real Laboratorio de Química y diversas escuelas de Ingenieros.

Florece la prensa de contenido político y satírico y la difusión cultural y científica. Los creadores literarios distan mucho de llegar a la calidad de dos siglos antes. Con todo, hay algunos notables como Leandro Fernández de Moratín, Torres Villarroel, Meléndez Valdés, Quintana, los fabulistas Iriarte y Samaniego y el comediógrafo y costumbrista Ramón de la Cruz. La poesía contará a su vez con Cadarso, Nicasio Gallego y Alberto Lista. Y finalmente, dos grandes figuras representadas por el padre Feijoo y Jovellanos.

Desde el punto de vista arquitectónico, el barroco da paso al neoclásico. Los Borbones traen a España numerosos artistas extranjeros y Carlos III acomete grandes obras públicas. Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva serán los arquitectos españoles más destacados. El Palacio Real, el Museo del Prado y la Puerta de Alcalá son algunas de las muestras de este periodo.

La pintura, por el contrario, decae. Los pintores, nacionales o extranjeros, que decoran los palacios son mediocres. Hasta que en las postrimerías del siglo surge una de las figuras más geniales del arte universal: Francisco de Goya. Considerado como el iniciador de todos los «ismos», su pintura va desde los alegres cartones para la Real Fábrica de Tapices al tenebrismo de las series de grabados: los Desastres de la guerra, los Caprichos, los Disparates, la Tauromaquia, y al dramatismo en pintura de los Fusilamientos del 3 de mayo de 1808 o los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid.

El Romanticismo, expresión artística y literaria del pensamiento liberal, es tardío (su etapa álgida se sitúa entre 1830-1840) y de
G. A. Bécquer (Biblioteca Digital Hispánica)
influencia francesa. Su máximo exponente es Mariano José de Larra (1809-1837) y su influencia se prolonga más allá de la segunda mitad del siglo con la poesía de Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870) y la dramaturgia del primer Premio Nobel español: José Echegaray.

El romanticismo da paso al género costumbrista de Mesonero Romanos, a la poesía de Espronceda y al teatro del Duque de Rivas y José Zorrilla.

La exaltación romántica de los valores nacionales alienta en la segunda mitad del siglo el resurgimiento de las culturas regionales. En Cataluña se restauran los Jocs Florals y da comienzo la denominada Renaixença catalana con Rubio i Ors, Verdaguer y Guimerà.

La corriente romántica inspira también el florecimiento de las letras gallegas, que cuenta con dos figuras de excepción: Rosalía de Castro y Curros Enríquez.

El movimiento romántico tiene, en el último tercio del siglo, su contrapartida en el realismo de tipo más o menos costumbrista: Fernán Caballero, Alarcón y Pereda. Pero las dos grandes figuras serán Juan Valera (1828-1905) y Benito Pérez Galdós (1843-1920). Padre de la novela española contemporánea, Galdós crea un gigantesco mundo histórico novelesco con sus Episodios Nacionales. Su trayectoria abre camino al naturalismo, con tres grandes figuras: Leopoldo Alas «Clarín», Emilia Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez.

Los finales del siglo XIX serán un hervidero de inquietudes políticas, literarias, filosóficas, artísticas y científicas. Las instituciones surgidas en su inicio: ateneos, liceos artísticos y literarios alcanzan todo su esplendor. Joaquín Costa y Giner de los Ríos iniciarán el movimiento regeneracionista que conocerá también extraordinarios investigadores en el campo de la historia: Amador de los Ríos, Menéndez Pidal, Rafael Altamira, Milá y Fontanals. Dentro del pensamiento tradicional destaca Marcelino Menéndez Pelayo.

Se inicia una lenta recuperación de la investigación científica, sobre todo en el campo de la medicina, con figuras como Jaime Ferrán, Pío del Río Hortega y el futuro Premio Nobel Santiago Ramón y Cajal.

Pese a las turbulencias políticas y sociales que agitan la situación española durante el primer tercio del siglo, la creación cultural vive un renovado esplendor, que ha hecho hablar a ciertos observadores de una Edad de Plata que abarca desde 1898 hasta el estallido de la Guerra Civil en 1936.

La primera fecha marca la pérdida de las últimas colonias españolas y, de modo general, la conclusión de un declive iniciado en el siglo XVII. Un nutrido grupo de escritores reacciona ante este hecho, buscando sus causas y tratando de aportar sus remedios para la regeneración de España, y forma la llamada Generación del 98, que posee grandes figuras literarias, pero que no circunscribió su actividad a la literatura, sino que se proyectó al mundo de la ciencia, la medicina, la historia o el ensayo.

A la vez, surge el modernismo, contemporáneo del impresionismo pictórico y musical, que tuvo especial influencia en Cataluña, más abierta siempre a los vientos de renovación procedentes de Europa. El genial arquitecto Antonio Gaudí es su principal figura, unida a la Renaixenca (el Resurgimiento) de la cultura catalana basada en la prosperidad de una burguesía industrial, culta y progresivamente proclive a ideas regionalistas. El arte personalísimo de Gaudí está lleno de sugestiones vegetales y animales, con obras tan revolucionarias como la aún inacabada catedral de la Sagrada Familia o el fantástico jardín del Parque Güell. De este ambiente modernista catalán surgirá con el tiempo el genial pintor andaluz Pablo Picasso.

La Pedrera, Antoni Gaudí (Turespaña)

También a finales del siglo llegan a España los ecos del nacionalismo musical que se extiende por todo el continente. Dos compositores alcanzan resonancia internacional dentro de esta corriente: Isaac Albéniz y Enrique Granados.

En la pintura, Ignacio Zuloaga expresa, con su rotundo dibujo y sus personajes típicos del pueblo español, un mundo cercano al literario de la Generación del 98. En una línea estética distinta, el valenciano Joaquín Sorolla puede ser catalogado como un postimpresionista de brillante colorido; por debajo de la anécdota de cada lienzo, la luz levantina es la gran protagonista de sus escenas de playa.

La Generación del 98, preocupada casi obsesivamente por lo que empieza a denominarse «el problema de España», efectúa una profunda renovación estilística, orillando la retórica característica del siglo XIX.

Algunos representantes de esta corriente poseen una talla verdaderamente universal. Así, Miguel de Unamuno, que en su obra Del sentimiento trágico de la vida se anticipa al existencialismo y cultiva todos los géneros literarios, al igual que su contemporáneo Pío Baroja, reputado novelista que suscitó la admiración de Hemingway. También Azorín, magistral narrador, y Ramón María del Valle-lnclán, creador del "Esperpento", son grandes figuras.

En poesía destacan Antonio Machado, en el que se aúnan el simbolismo y la reflexión social, y Juan Ramón Jiménez, Premio Nobel de Literatura que evolucionó desde una poesía sentimental a una lírica muy profunda, abstracta y compleja.

Un rasgo común de los intelectuales de esta época es su esfuerzo por incorporar las últimas tendencias de la cultura y del pensamiento europeo. El filósofo Ortega y Gasset crea la Revista de Occidente, una de las primeras publicaciones intelectuales de la Europa de su tiempo. Ramón Pérez de Ayala expresa en sus ensayos y novelas el espíritu liberal inglés. Eugenio d'Ors es uno de los renovadores de la crítica del arte barroco. Casi todos estos autores colaboran de modo habitual en los periódicos, desde los que realizan una labor de divulgación y pedagogía cultural. Procuran renovar la sensibilidad nacional, abriéndola a la modernidad europea.

Los vientos renovadores de las vanguardias estéticas soplan con fuerza en la Europa de los años veinte y surgen figuras tan universales como Pablo Picasso, Salvador Dalí o Luis Buñuel. La obra del primero entronca con la raíz hispánica y con el temperamento desmesurado, barroco, rebosante de contrastes, que parece caracterizar el arte español, y escribe, con su estilo cubista, la primera página de la pintura del siglo XX.

De enorme importancia en la pintura contemporánea son Juan Gris, que atinó a reducir los objetos a sus masas cromáticas y geométricas elementales. Y Joan Miró, maestro del surrealismo, profundamente poético y original, con su sabia visión de apariencia infantil. También está próximo al surrealismo el pintor Salvador Dalí, excepcional dibujante, amigo de provocar al gusto burgués con gestos chocantes y calculados. Dalí había convivido con Luís Buñuel y Federico García Lorca en los años veinte en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Esta institución, de enorme importancia por su ambiente intelectual y por la gran fecundidad artística que favoreció entre sus moradores, perdura en nuestros días bajo la tutela del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Allí puede considerarse que se gestó el grupo poético de la Generación del 27.

"Un perro andaluz", Luis Buñuel (Filmoteca Española)

Excepto a comienzos del siglo XVII, nunca habían coincidido en España talentos líricos de la talla de Jorge Guillen, Pedro Salinas, Federico García Lorca, Rafael Alberti, el Premio Nobel Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Gerardo Diego. Culturalmente, la Generación del 27 representa un momento único en el que el juego alegre de las vanguardias, la ilusión del arte moderno, el optimismo de la Europa de entreguerras, eran las impresiones prevalecientes.

Los jóvenes creadores se entusiasmarán con el mundo del cine, las «luces de la ciudad», la ruptura con la burguesía y el arte realista, la ilusión de la revolución estética y política.

Años después, todos ellos vivieron en su propia carne el tremendo desgarro de la Guerra Civil. Federico García Lorca fue asesinado, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rosa Chacel y María Zambrano se vieron obligados a exiliarse. La poesía de esta generación, que había traído a la lírica española el ideal de perfección de la «poesía pura», se hizo más temporal, más reflexiva.

Del mismo ambiente fértil de la Residencia de Estudiantes surge el cineasta aragonés Luis Buñuel, que alcanzó desde su retiro de París resonancia internacional. Adscrita temporalmente al surrealismo, su producción posee una fuerza corrosiva y una virulencia crítica que guarda ciertos paralelismos con la obra pictórica de su paisano Francisco de Goya.

"Mujer con abanico", María Blanchard (J. Cortés y R. Lores, Museo Reina Sofía)

Otra personalidad de enorme talla es la del catalán Pau Casals, primera figura mundial del violonchelo y luchador incansable en pro de la causa republicana y de la nación catalana. Sus célebres versiones de las suites de Bach forman parte de la historia de la interpretación musical contemporánea. El nacionalismo cultural español encontró su cumbre con Manuel de Falla, en cuya obra el flamenco, manifestación espontánea del canto popular andaluz, obtuvo, por vez primera, reconocimiento como arte culto.

La renovación de las vanguardias se extiende también a la escultura española. Menos populares que Picasso o Dalí pero igualmente dignos de figurar en la historia del arte contemporáneo son Julio González, Pablo Gargallo y Alberto Sánchez.

En el primer tercio del siglo XX el teatro español vive una etapa de auge. En gran parte por la obra de Jacinto Benavente, que obtuvo el Premio Nobel de Literatura.

Frente a esa alta comedia, el sainete, con o sin música, fue el género popular por excelencia. Es un modelo de teatro sencillo, costumbrista y sentimental, que da testimonio de la vida cotidiana de las clases populares andaluzas (en la obra de los hermanos Álvarez Quintero). Las piezas de Arniches responden a una idea parecida, aunque bajo una fórmula original y de gran atractivo: la tragicomedia grotesca, que combina elementos cómico-patéticos.

Dos grandes autores centran el teatro español de nuestro siglo: Valle-Inclán y García Lorca. Ambos reaccionan contra el teatro convencional y burgués, naturalista. García Lorca profundiza en el teatro poético y la nueva tragedia; Valle-Inclán recurre a un procedimiento inédito, el esperpento. Hace pasar a los héroes y princesas clásicos delante de unos espejos cóncavos y convexos y el efecto es una deformación caricaturizante de la realidad, en paralelo a su convicción de que la realidad española del momento es una deformación de la europea. Las obras de García Lorca trascienden el folclore andaluz para acceder a las raíces míticas del ser humano: el drama pasional, la esterilidad, la sociedad que bloquea la realización del ser humano.

La situación creada por la guerra da paso al exilio de buena parte de los intelectuales, al que se añaden las limitaciones impuestas por el nuevo régimen. Es un paréntesis del que España va recuperándose lentamente. En el exterior los exiliados realizaron una extraordinaria labor de difusión de la cultura española. Francisco Ayala, Ramón J. Sénder, Max Aub, Gil Albert o Pau Casáls dan buena prueba de ello.

En el interior se genera un doble movimiento, algunos intelectuales se integran en los planteamientos políticos franquistas y otros desarrollan su actividad intelectual o artística como forma de oposición.

La poesía pasa de los planteamientos estéticos (Luis Rosales, Leopoldo Panero) al realismo social (Blas de Otero, Gabriel Celaya, José Hierro, Carlos Bousoño) o a la reafirmación de los movimientos nacionalistas o vanguardistas (Salvador Espriu, el grupo de los novísimos cohesionado por Barral y Castellet, etcétera).

Aunque la obra del 27 sigue vigente y Vicente Alexandre recibe el Premio Nobel de Literatura en 1977. Doce años más tarde en 1989 lo recibiría Camilo José Cela.

Por otra parte, en los años cuarenta la creación de los teatros nacionales agrupó a una serie de autores capaces de superar las restricciones impuestas por el régimen y poner en pie un teatro abierto a las corrientes renovadoras vigentes en el mundo. Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre son los dos grandes renovadores de la escena.

La novela se recupera lentamente y encuentra en la radiografía de la propia época su mejor temática: La Colmena, de Camilo José Cela, y Tiempo de Silencio, de Luis Martín Santos. Gonzalo Torrente Ballester, Miguel Delibes, Carmen Laforet, Sánchez Ferlosio, Fernández Santos y Juan Goytisolo van conformando una generación de narradores que se enriquece cada año con nuevos valores.

En los años setenta Juan Benet renovaría el panorama literario, y en los ochenta comenzaron a destacar autores como Javier Marías, Muñoz Molina o Pérez Reverte, cuyas obras adquieren una difusión inusitada.

"Elogio del horizonte", Eduardo Chillida (Carlos Romero, Instituto Nacional de Tecnologías Educativas)

Las artes plásticas conocen un movimiento de renovación hacia la abstracción pictórica (Tapies, Saura, Canogar, Millares, Guinovart) que dará paso más tarde al realismo critico de Genovés y al Pop Art (Equipo Crónica). En los últimos lustros, Antonio López ha consolidado el valor seguro de su realismo radical y Miquel Barceló ha conquistado los más prestigiosos templos con su mágica creatividad. En escultura, el estudio de formas y volúmenes es la constante de la obra de artistas como Chillida y Oteiza.

El cine adquiere a lo largo de tres décadas (1940-1970) una extraordinaria difusión. El «cine imperial» encarnado por CIFESA va dejando paso al renovador de Bardem y Berlanga y, más tarde, Saura y las últimas producciones de Buñuel.

A comienzos de los noventa, el cine español se rejuvenece con una generación de nuevos directores como Pedro Almodóvar, Fernando Trueba, y más recientemente Alejandro Amenábar, que han llegado a la madurez de su producción y han cosechado el reconocimiento internacional.




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(diciembre 2020)



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