Riesgo de
brotes racistas y xenófobos a medida que se agrave la crisis del Covid-19
Omar Páramo/Foto:EFE
abril 3, 2020
Además de la
propagación del virus, el Covid-19 podría provocar en México otros brotes
igual de graves: de racismo, clasismo y xenofobia. “Se trata de un riesgo es
real y ya hay señales de que vamos en ese camino”, señala la doctora Olivia
Gall, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y
Humanidades (CEIICH), quien hace poco escuchó a su marchante quejarse de los
muchos chinos que trabajan en la Central de Abastos para luego
responsabilizarlos de “contagiar al mundo con el coronavirus”.
A decir de la
académica, basta abrir cualquier periódico para ver que éste es un fenómeno
que se está replicando en todo el planeta y, por lo mismo, cada vez es más
común leer sobre ataques a personas tan sólo por tener ojos rasgados, como le
pasó a Jonathan Mok en Londres, golpeado por dos adolescentes británicos quienes
lo tomaron por chino cuando, en realidad, él es de Singapur. El temor ha
escalado a tal grado que muchas comunidades han salido a manifestar su gran
miedo a “toser siendo asiáticos”.
Por ello, la
también coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario sobre Racismo
y Xenofobia se confiesa inquieta por lo que pueda pasar en
nuestro país, en especial en sitios de la Ciudad de México como la Central de
Abastos, el Centro Histórico o la colonia Viaducto Piedad, que congregan a la
comunidad china, o en ciudades como Saltillo o Pesquería, donde se han
establecido muchos coreanos tras el establecimiento de fábricas de Samsung y
Kia. “Muchos dirán que señalar hoy esto no es prioridad pues lo importante es
lo sanitario, pero estos temas van junto con pegado”.
Quizá lo más
preocupante sea que esta propensión al estigma fácil se observa en todo tipo
de individuos, desde en altos jerarcas políticos como Donald Trump —quien
suele referirse al Covid-19 como “el virus chino” o “extranjero”— hasta en trabajadores que viven
al día, como el marchante de la doctora Gall, a quien en su momento ella le
objetó que pensar de este modo era un sinsentido “porque los virus no tienen
nacionalidad ni pasaporte, son tan sólo eso: virus”.
Algo a no perder
de vista, dice la profesora de la UNAM, es que el racismo y xenofobia tienden
a escalar si somos cortos de vista y, por lo mismo, pide proteger no sólo a
los colectivos asiáticos sino a las personas de piel oscura y
centroamericanos radicados o de paso por el país, pues al hacer trabajo de
campo —y sin esta crisis de por medio— ha visto cómo los negros africanos son
vejados en sitios como Tapachula bajo el argumento de que portan infecciones.
Asimismo, es
común leer sobre agresiones de mexicanos
hacia hondureños en ciudades como Tijuana, ante lo que Olivia
Gall pregunta, “¿qué pasará con estas personas? Muchas contraerán el
coronavirus debido al hacinamiento y poca higiene de las estaciones
migratorias, y entonces ¿cómo los tratarán si los saben enfermos?”.
Para la docente
es claro que los actos de odio no sólo son contagiosos, sino que se agravan,
por lo que no le extrañaría que las hostilidades contra los chinos pronto se
extiendan a personas de determinada fisonomía o nacionalidad, ni que
aparezcan personajes que aprovechen las aguas revueltas para impulsar
cruzadas racistas y xenófobas, o agendas propias sin relación alguna con el
Covid-19.
Y quien lo dude
sólo debe hojear los periódicos para enterarse de que el primer ministro de
Hungría, Viktor Orban, tras responsabilizar a los migrantes de la epidemia aprovechó
la crisis sanitaria para otorgarse poderes ilimitados, gobernar por decreto,
desconocer las leyes y castigar a periodistas que den a conocer noticias que
él considere falsas, mientras que Trump, amparándose en el avance del
coronavirus, tuiteó: “ahora más que nunca necesitamos el muro”.
La sinofobia, un
prejuicio histórico
A fin de entender
mejor el trasfondo de las agresiones contra los chinos en México, la doctora
Gall refiere que la sinofobia en el país no se originó con el coronavirus ni
es reciente y, para respaldar su afirmación, se remite a un capítulo del que
no se habla en las escuelas ni suele aparecer en los libros de historia
(aunque como dice el escritor Julián Herbert, “es algo que quiere ser
contado”): el asesinato de 303 chinos entre el 13 y el 15 de mayo
de 1911 en Torreón, Coahuila, a manos de las tropas
revolucionarias de Madero.
“Al buscar en el
diccionario la definición de genocidio (aniquilación o exterminio sistemático
y deliberado de un grupo social por motivos raciales, políticos o religiosos)
es fácil ver que este episodio se ajusta bien a la descripción, sin que se
haya declarado así oficialmente”.
Y aunque quisiera
que no fuera de esta manera —agrega— nuestra historia está salpicada de
episodios similares; ello explica que durante los años 30 y 40 surgieran por
todo el país grupos como la Liga Obrera Anti-China, el Comité Juvenil
Anti-Chino o la Liga Anti-China y Anti-Judía, los cuales, además de acusar a
los orientales de traer la tuberculosis a México y cabildear leyes para
expulsarlos del país, publicaban comunicados como éste: “Los chinos son la más terrible
amenaza de nuestra salubridad, duro con ellos antes de que se crucen más con
nuestra raza. Evitemos a nuestras compatriotas la peor de las vergüenzas: el
tener hijos de físico chino”.
La pregunta es,
apunta la investigadora, ¿cómo un país que se enorgullece de ser mestizo es
al mismo tiempo xenófobo? “Quizá la respuesta esté en que, desde los albores
del siglo XIX, y de manera más acentuada con la consolidación del Estado
postrevolucionario, se nos ha repetido hasta la saciedad que nuestra
identidad nacional es esencialmente mestiza, pero no debido a una mezcla
cualquiera, sino por la confluencia de dos raíces: la indígena y la española.
Las demás vetas posibles ni siquiera se consideran”.
A fin de
apuntalar este ideal se llegó a impulsar desde el gobierno una serie de
políticas para impedir la incursión al país de ciertas nacionalidades, como
establece la circular confidencial 157, emitida por la
Secretaría de Gobernación el 27 de abril de 1934, y donde se ordenaba a los
encargados de migración evitar la entrada a México de gente de “raza amarilla
o mongólica, africana o australiana, indoeuropea, aceitunada o malaya, pues
su sangre, cultura, hábitos y costumbres los hacen exóticos para nuestra
psicología, y sus prácticas resultan perturbadoras para la idiosincrasia
nacional”.
Incluso muchos de
los intelectuales más importantes de la época deslizaban tales prejuicios en
sus obras, como José Vasconcelos, quien en La raza
cósmica (1925) escribía: “Ocurrirá, y ha ocurrido ya, que
la competencia económica nos obligue a cerrar nuestras puertas, tal como hace
el sajón, a una desmedida irrupción de orientales. Pero al proceder así
nosotros no obedecemos más que a razones de orden económico; reconocemos que
no es justo que pueblos como el chino, que bajo el santo consejo de la moral
confuciana se multiplican como los ratones, vengan a degradar la condición
humana”.
Por episodios
como estos —y otros muchos que escaparon a la enumeración—, la doctora Gall
es enfática al afirmar que “aunque nos ofendamos y haya quienes lo pongan en
duda, México ha sido muy xenófobo y lo es aún de muchas formas, por ello en
vez de ofendernos si nos señalan esto, lo mejor es estar conscientes de este
pasado, aprender de él y, desde ahí, promover un cambio”.
La realidad del
miedo
A la doctora Gall
no le cabe duda de que estos son tiempos de miedo ni de que este sentimiento
lleva a muchos a buscar culpables para descargar en ellos su angustia. “En
esto se parecen las pandemias y las guerras, pues al temer por nuestra
integridad y la de los nuestros tendemos a pensar que hay un ‘nosotros’
amenazado por un ‘ellos’”.
Podemos decir que
jamás seremos racistas o xenófobos, ¿pero y si nos hubieran tocado otras
circunstancias?, plantea la académica, quien a fin de ejemplificar qué tan
cambiante puede ser el humano cita al escritor Amin Maalouf, un hombre muy
culto y convencido de la paz quien en su libro Identidades
peligrosas confiesa que al verse atrapado en medio de una
guerra religiosa en su natal Líbano, y con una esposa embarazada y un hijo
pequeño, de no haber huido a Francia habría empuñado un arma y disparado
contra musulmanes.
“Eso es la
banalidad del mal, como diría Hannah Arendt, y cualquiera podría caer en
ella. Si hoy presenciamos cosas que hace un mes no veíamos, como
discriminación o saqueos, es porque el pánico es algo
terrible. Si tuviera injerencia impulsaría una campaña para crear conciencia
sobre no culpar a otros, sean pobres, extranjeros, migrantes o indígenas, de
la problemática mundial y nacional”.
Sobre achacarle a
los chinos de México la expansión local del coronavirus la doctora Gall es
enfática al decir que es un absurdo ya que no sólo gran parte de esta
comunidad china no ha regresado a su país en años, sino que muchos nacieron
aquí y son mexicanos.
No obstante, el
temor flota en el aire y, en opinión de la académica, es preciso atender el
asunto, pues como advertía Maalouf en el libro antes citado, “el sentimiento
de miedo o de inseguridad no siempre obedece a consideraciones racionales,
hay veces en que se exagera o adquiere incluso un carácter paranoico. A
partir del momento en que una población tiene miedo lo que hemos de tener en
cuenta es, más la realidad del miedo, que la realidad de la amenaza”.
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