Foto: Cordon Press J. M. Sadurní J. M. Sadurní Colaborador |
Sir Arthur Conan Doyle fue médico, escritor y, muy a su pesar, caballero del Imperio británico, título que le fue concedido tras la guerra de los Boers, un conflicto que Gran Bretaña mantuvo contra los colonos holandeses en Sudáfrica y en el que el escritor intervino como sanitario.
Nacido el 22 de mayo de 1859 en Edimburgo, a Conan Doyle siempre se lo ha asociado con su personaje más universal, el detective Sherlock Holmes.
Pero en realidad se sabe muy poco de su personalidad y menos aún de su vida, que muchos han tachado de gris y anodina.
Su paso por la Universidad de Edimburgo le permitió conocer a grandes autores como Robert Louis Stevenson y James Mathew Barrie, con los que le uniría una gran amistad. El médico y profesor escocés Joseph Bell le educó en la importancia de la observación, la lógica y la deducción, algo que posteriormente le inspiraría para desarrollar la personalidad de su famoso detective.
A la vez que iniciaba su carrera como escritor, Doyle decidió embarcarse como cirujano en el ballenero Hope, donde viajó por todo el mundo. En la nave pudo demostrar, además de sus artes como médico, sus dotes como boxeador. Con poco trabajo a bordo, Doyle aprovechó el periplo que durante dos meses le llevó a navegar por Groenlandia y por el Ártico para familiarizarse con la dureza de la vida de marino. A pesar de no gustarle la crueldad con la que se cazaba a las focas y a las ballenas, Doyle terminó participando en las cacerías como voluntario. En varias ocasiones se puso en grave peligro, pero realizó con tal habilidad el trabajo que el capitán del barco le ofreció contratarle al año siguiente para ejercer como doctor, pero también como arponero.
Tras la fascinante experiencia que le reportó su aventura en el Hope, Doyle volvió a Inglaterra para seguir con sus estudios, pero al carecer de fondos para abrir una consulta propia, el escritor se volvió a enrolar en un barco, esta vez en el Mayumba, cuyo destino sería el oeste de África. Allí volvió a ejercer como médico y a interesarse por un arte nuevo: la fotografía. Durante la travesía conjugó sus dotes como escritor con sus primeras experiencias como fotógrafo, y en octubre de 1881 vería la luz Tras los cormoranes con una cámara (After Cormorants with a Camera), libro que se publicó por entregas en el British Journal of Photography en 1881.
La nueva faceta artística de Doyle se convirtió desde entonces en algo habitual, y empezó a escribir artículos acerca de sus viajes combinando sus técnicas narrativas con las de fotógrafo. Al regresar a Inglaterra y finalizar sus estudios de medicina, en 1882 se estableció en una consulta en Southsea donde conoció a su primera mujer, Louisa Hawkins, con la que tuvo dos hijos.
Pero los beneficios de la consulta de oftalmología que Doyle había abierto no eran los que él esperaba y el médico-escritor decidió obtener unos ingresos extra con la literatura. Inspirado en sus propias experiencias y en los relatos detectivescos de Edgar Allan Poe, Doyle publicó en 1887 su primera novela, Estudio en escarlata, en la que narraba la primera aventura del personaje que lo llevaría a la fama: el detective Sherlock Holmes y su inseparable amigo, el doctor Henry Watson.
A partir de entonces, y dado el enorme éxito de sus historias, Doyle continuó publicando para el Strand Magazine otras aventuras de Sherlock Holmes: El signo de los cuatro (1890), Las aventuras de Sherlock Holmes (1891-1892) y Las memorias de Sherlock Holmes (1892-1893). Cuando en diciembre de 1893 Doyle escribió la novela El problema final, en la que el autor "asesinaba" al más célebre detective de todos los tiempos por que estaba cansado de su popularidad, se desencadenó un verdadero terremoto entre sus lectores. Fue tal el escándalo que se produjo en el seno de la sociedad británica que el escritor escocés recibió cientos de cartas de protesta, y debido a la enorme presión se vio obligado a escribir El perro de los Baskerville (1901-1902) y a "resucitar" a Holmes en El regreso de Sherlock Holmes (1903-1904).
Años después, durante la Primera Guerra Mundial Conan Doyle se relacionó muy a fondo con círculos espiritistas. Durante la contienda, el escritor perdió a su hijo mayor, lo que provocó que el interés del escritor por esta "ciencia" aumentara de tal modo que al finalizar el conflicto, Conan Doyle se embarcó en una serie de conferencias sobre el tema a nivel mundial y escribió libros y artículos que le valieron el reproche y la burla por parte de diversos medios, incluso de uno de sus mejores amigos, James Matthew Barry (el creador de Peter Pan).
En 1919, Conan Doyle se sintió atraído por las supuestas fotos de unas hadas que fueron tomadas por dos niñas: Elsie Wright, de 16 años, y su prima Frances Griffiths, de 9. Conocido como el "episodio Cottingley", Conan Doyle quedó tan fascinado ante la aparente prueba de la existencia de estos seres fantásticos que defendió vehementemente su veracidad, llegando incluso a encargar a las pequeñas tres fotografías más. La creencia del escritor escocés en todos estos temas llegó a tal punto que su amistad con el mago Houdini se rompió cuando éste se enteró de que Doyle había intentado ponerse en contacto con la fallecida madre del mago durante una sesión de espiritismo.
ELEMENTAL QUERIDO WATSON
Conan Doyle continuó con su exitosa carrera literaria, y además del personaje de Sherlock Holmes fue el autor de una saga de ciencia ficción protagonizada por el profesor Challenger: El mundo perdido (1912), La zona envenenada (1913), Cuando la tierra lanzó alaridos (1928) y La máquina desintegradora (1929). Doyle también cultivó la novela histórica con obras como: La compañía blanca (1891) o El brigadier Gerard (1903).
En 1929, durante una gira espiritista por el norte de Europa, Doyle se vio sorprendido por un repentino debilitamiento. El 7 de julio de 1930, un ataque cardíaco se llevó a la tumba al genial escritor escocés que en ninguna ocasión hizo pronunciar a Sherlock Holmes el célebre latiguillo por el que es mundialmente conocido: "Elemental querido Watson". No será hasta nueve años después de la muerte del autor cuando se podrá oír al famoso detective decir por primera vez estas palabras. Será en la película Las Aventuras de Sherlock Holmes, protagonizada por Basil Rathbone en el papel de Holmes. El actor hizo tan popular esta frase que se acabó usando en largometrajes, series y aventuras escritas por otros autores y protagonizadas por el genial investigador.
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