Por
A Kenya, Flor, Tirso, Pepe, Cristal, Cruz y Jorge, y, todo el
personal de salud que está atendiendo a las personas diagnosticadas con
COVID-19 En los últimos días hemos sido testigos de diversas acciones que la sociedad civil ha tenido hacia el personal sanitario que está atendiendo a quienes han sido confirmados con COVID-19, con expresiones de aplausos, porras o canciones desde los balcones. Al exterior de hospitales o por redes sociales,
muchas personas se han puesto de acuerdo para agradecer públicamente durante
unos minutos a las y los que no deben ni pueden estar en cuarentena porque
las naciones transitan por esta contingencia sanitaria. Los mensajes de los distintos sectores de salud han sido claros: lavarse las manos con frecuencia con agua y con jabón, no saludar de mano o beso, evitar los lugares concurridos, no automedicarse, encerrarse unos días para evitar contagios, hacer trabajo en casa y continuar con las actividades académicas y laborales en línea, en la medida de lo posible. Los sectores más vulnerables también han sido plenamente identificados: personas mayores de 60 años, embarazadas, pacientes con alguna enfermedad respiratoria y niñas y niños, por mencionar algunos. Pero como sabemos, estas medidas e indicaciones han sido ignoradas por muchas
personas, que han emitido argumentos tales como: “esa fase no llegará a
México”, “el coronavirus es un engaño y solamente afecta a quienes tienen una
solvencia económica para salir al extranjero”, “únicamente les da a las
personas blancas” o incluso “es una patraña de las grandes potencias del
mundo para desacelerar económicamente a una nación o atacar a algún líder
político”. Las consecuencias de no seguir las indicaciones son contundentes y no las hemos aprendido. La desconfianza en nuestras autoridades políticas, educativas y sanitarias es un grave problema que no hemos logrado enfrentar. La desinformación, el pánico, las fakenews, la ignorancia y la burla son sumamente preocupantes, indignantes y hasta frustrantes. Así que, ¿qué debemos hacer ante este panorama en el que estamos
inmersos? Hans Jonas, a partir de su texto El principio de responsabilidad 1, contribuye a la reflexión a partir de dos principios: prudencia y responsabilidad.
Ahora bien, a raíz de los últimos acontecimientos con el COVID-19, ¿no valdría la pena aplicar los principios de Hans Jonas en nuestra cotidianeidad? ¿En qué momento asumiremos en los hechos la prudencia y la responsabilidad de estar en cuarentena? ¿Hasta qué momento seremos solidarios y responsables evitando las compras de pánico? ¿O acaso debemos esperar un toque de queda o una restricción militar para seguir las instrucciones de nuestras autoridades? Y así seguiríamos con muchas preguntas y cuestionamientos. Sin embargo, queda un
sector de la población que no puede seguir dichas instrucciones: el personal
que labora en las instituciones sanitarias (camilleras o camilleros,
paramédicos, personal de urgencias, terapia intensiva, piso o quirófano) y
anteponen sus pacientes (independientemente de quienes sean) a ellos mismos,
su familia y los suyos, porque es su deber, su responsabilidad, su vocación. Hans Jonas tendría
una posición crítica hacia las acciones que los ciudadanos tienen frente a
enfermedades como el COVID-19, y nosotros, quienes leemos esto, a diferencia
de quienes luchan en el frente de la pandemia, podemos y debemos llevar a la praxis dichos
principios de responsabilidad y prudencia ante el cuidado de sí y de los
otros, de los próximos y los distantes, de los vulnerables y de los más
frágiles. Ojalá los videos que recibimos y compartimos en nuestras redes sociales, de expresiones de afecto y empatía ante el ejercicio profesional del personal sanitario, no sólo sean una muestra efímera de agradecimiento, respeto y honor de las y los ciudadanos de Granada, Buenos Aires, Lyon, Madrid, China o cualquier lugar, sino un ejercicio constante hacia quienes ponen por encima de su familia y de su propia vida el cuidado de pacientes que necesitan tanto atención como calidez humana. Y claro, sabiendo que nosotras y nosotros también podemos
expresar nuestro agradecimiento, sugiero que hagamos lo propio, y
agradezcamos vía mail o mensaje con alguna de nuestras redes sociales a
doctoras, doctores, enfermeras y enfermeros que han hecho posible que
nosotros estemos ahora leyendo este texto. * Angel Alonso
Salas (@iberoangina) cuenta con los grados de licenciatura,
maestría y doctorado en Filosofía. Profesor de tiempo completo del CCH UNAM.
Actualmente es el Secretario Académico del Programa Universitario de Bioética
de la UNAM. 1 Hans Jonas. El principio de
responsabilidad. Ensayo de una ética para la civilización tecnológica.
Barcelona: Herder, 1995. |
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