lunes, 23 de marzo de 2020

María Izquierdo, pasión y melancolía / Germaine Gómez Haro

María Izquierdo, pasión y melancolía
Germaine Gómez Haro
“Es un delito ser mujer y tener talento”, expresó María Izquierdo en 1953,1 dos años antes de su muerte, acaecida a sus cincuenta y tres años de edad, cuando se vislumbraba que su batalla había sido ganada y ya era considerada una artista cabal que inclusive gozaba de éxito comercial, lo que en aquellos años era un triunfo insólito. Aun así, el camino no fue fácil. Frida Kahlo y María Izquierdo se cuentan entre las primeras artistas que rompieron con las restricciones impuestas por una sociedad machista en la que las actividades de la mujer estaban tradicionalmente confinadas a los roles de esposa, madre y ama de casa.2 Con el tiempo, otras creadoras de su generación han sido revisadas y revaloradas, como es el caso de Lola Álvarez Bravo, Rosa Rolanda, Nahui Ollin, Lola Velázquez Cueto, Olga Costa, Rosario Cabrera, Angelina Beloff, por citar algunas mujeres audaces, comprometidas con su trabajo y con sus ideas, que lucharon por consolidar un lenguaje visual de carácter individual, espontáneo y ajeno a todo academicismo. A pesar de que la Academia de San Carlos ya contaba con alumnas desde fines del siglo XIX, y del criterio de apertura que inauguraron las Escuelas de Pintura al Aire Libre, el establecimiento de una carrera independiente por parte de la mujer fue por mucho tiempo un objetivo difícil de lograr. Una de estas precursoras fue María Izquierdo, hoy en día consolidada como figura emblemática en el concierto del arte moderno mexicano.

Viernes de Dolores, 1944-1945.
Foto: foeminas.lugo.es
María nace en San Juan de los Lagos, Jalisco, en 1902. Su infancia transcurre entre Aguascalientes, Torreón y Saltillo, donde tiene su primer contacto con el arte en el Ateneo Puente. A los quince años la casan con un militar, Cándido Posadas Sánchez, con quien procrea tres hijos. En 1923, la familia Posadas Izquierdo se instala en Ciudad de México; al poco tiempo María se divorcia de su marido y descubre en la capital una atmósfera de ebullición cultural que la lleva a ingresar a la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA). Su espíritu curioso, inquieto e inconforme le impide adaptarse al conservadurismo de la escuela, la abandona al cabo de un año y se dedica a pintar por su cuenta. Sin embargo, ahí conoce a Diego Rivera –entonces director de la ENBA– y a Rufino Tamayo, pintores antagónicos que, paradójicamente, muestran un gran interés por su trabajo y son su primer estímulo. Con Tamayo establece una relación sentimental entre 1929 y 1933 que fructifica en la creación de ambos, durante esos años estrechamente vinculada temática y formalmente. Su primera exposición individual se lleva a cabo en 1929, sin mayor éxito, en la Galería de Arte Moderno del Teatro Nacional. Al año siguiente es invitada por Frances Flynn Payne a mostrar su trabajo en el Art Center de Nueva York, donde poco antes se habían presentado Tamayo y Orozco, y es la primera artista mexicana que exhibe en Estados Unidos. Ahí conoce su pintura el curador René d’ Harnoncourt –más tarde, flamante director del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA)– y la integra a la importante muestra Mexican Arts que se presenta en el Metropolitan Museum. Ese viaje a Nueva York con Tamayo significa para ambos un importante enriquecimiento visual y espiritual, y sus pinturas en esos años se entreveran estéticamente, al punto de llegar a confundirse. María y Rufino se interesan por las calidades matéricas y la exploración del color en composiciones sencillas apegadas a temas relacionados con la cotidianidad y la cultura popular. Sus naturalezas muertas, paisajes y retratos revelan lo más profundo del alma mexicana, en un léxico totalmente contrario al de la Escuela Mexicana. Desarrollan también una veta metafísica que los emparenta con las atmósferas crípticas de Giorgio de Chirico, en las que los personajes aparecen en escenas insólitas o paisajes de ruinas abandonadas y estatuas mutiladas que trasminan aires arcanos. Sus desnudos femeninos son cuerpos sólidos y poderosos que, por una parte, remiten a las esculturas de barro prehispánicas y, por la otra, a las monumentales siluetas de Picasso en su etapa neoclásica. En sus escenas fantásticas aparecen simpáticos guiños al mundo urbano moderno, como son los aviones, el telégrafo, la electricidad, y el paisaje industrial, temas afines al movimiento estridentista que desarrolló una estética a contracorriente del nacionalismo de los años veinte. Tamayo y María abrevaron en las vanguardias europeas, como el cubismo, el futurismo y el surrealismo, y las incorporaron a su creación personal consiguiendo una fascinante fusión de la tradición y la modernidad. Cuando la pareja rompe en 1933, María ya es dueña de un lenguaje personal que seguirá consolidando por su cuenta y que la colocará entre los creadores más relevantes de la pintura moderna mexicana.

Naturaleza viva, 1946
Su pintura de la década de los treinta está marcada por una frescura y una espontaneidad asombrosas. Sus óleos y acuarelas son el reflejo de su espíritu libre y plenamente lúdico que da vuelo a una imaginación desbordada y que consigue captar la esencia de la mexicanidad a partir de metáforas poéticas. Sus temas aparentemente ingenuos –bailarinas, desnudos femeninos, circos, caballos, vacas, gallos, perros y otros animales, personajes del pueblo, niños, objetos y tradiciones populares– están cargados de una fuerza a un tiempo telúrica y mágica que crea atmósferas místicas preñadas de una singular melancolía y, en algunos casos, de un aire de desolación. Si bien utiliza con gran libertad colores brillantes y alegres, la esencia de sus escenas tiene que ver más con la intimidad y el recogimiento que con la celebración festiva. Otra vertiente de su pintura recoge atmósferas sombrías captadas en tonalidades ocres y tierras relacionadas con el paisaje rural mexicano y, en unas y otras, se percibe una cierta sensación de enclaustramiento por lo hermético de sus composiciones. Su prolífica obra de los años treinta es, a mi parecer, técnica, formal y conceptualmente la más bella y poética de su creación.
La fuerza del alma

Sueño y presentimiento, 1947
Paralelamente a su creación plástica, María se desempeñó como maestra de dibujo y pintura en diversas instituciones, dictó conferencias, participó activamente en la lear (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios) y se convirtió en una figura icónica en el medio cultural mexicano. Alegre, vivaracha, inteligente, con una personalidad que combinaba el provincianismo y la sofisticación, María fue muy popular entre los artistas de su generación y los escritores del núcleo Contemporáneos, quienes le dedicaron numerosos escritos. Le encantaba el jolgorio de las carpas, los circos y los cabarets, atmósferas que captó como nadie en sus pinturas.
En 1936 llega a México el célebre y controvertido poeta y dramaturgo francés Antonin Artaud, quien se fascina con la pintura de Izquierdo y destaca su visión atávica inspirada por el “espíritu de la raza”: “Incuestionablemente María Izquierdo está en comunicación con las verdaderas fuerzas del alma india”, escribe Artaud y presenta su trabajo en París el año siguiente en la galería Van den Berg. En 1938, María se relaciona con Raúl Uribe, un pintor chileno con quien posteriormente se casa y quién se convierte en su principal promotor. En gran parte a instancias de Uribe, Izquierdo pinta en esos años una gran cantidad de retratos por encargo, así como importantes autorretratos, y desarrolla el tema de las alacenas y las “naturalezas vivas”, hermosas escenas en las que reúne con gracia y desenfado objetos disímbolos en composiciones enigmáticas y ambiguas; también se interesa por temas ligados a la tradición religiosa popular, como los altares dedicados a la Virgen de Dolores.

Autorretrato, 1946
En 1948 y en plena ebullición creativa, María es víctima de una hemiplejia que le paraliza el lado derecho del cuerpo y le hace perder el habla. Ahí comienza el declive físico que culminará con su muerte en 1955, provocada por una embolia. Sus últimos años son tristes, debido a las limitaciones impuestas por esa enfermedad degenerativa que la fue consumiendo lentamente.
Pese a que sus temas tienen como principal fuente de inspiración la cultura popular, no hay nada más alejado del “costumbrismo” que el arte de esta gran figura jalisciense. A contracorriente de los pintores nacionalistas, cuyo lenguaje se basaba en el concepto exaltado de la mexicanidad, la poética pictórica de María explora el alma intrínseca del México profundo desde una mirada sensible que logra conciliar con gran maestría el espíritu de sordidez y fiesta de nuestro pueblo. Sus pinturas armonizan la tensión entre melancolía y pasión que fueron los rasgos característicos de su personalidad. El arte de María Izquierdo es la sutil simbiosis de drama y ternura, soledad y jolgorio, violencia y juego, primitivismo y sofisticación: una pintura ensimismada, palpitante de vida y rebosante de pasión.
Notas:
1 Manuscrito inédito, archivo Amparo Posadas Izquierdo.
2 Es un hecho ampliamente documentado que a ambas les costó mucho trabajo abrirse brecha y ser reconocidas como pintoras independientes: Frida, en gran medida, por estar siempre a la sombra de la fama de Diego, y en el caso de María, aunque algunos de los propios artistas alabaron su trabajo, cuando se le comisionó la realización de unos murales para el Palacio de Gobierno de Ciudad de México, Rivera y Siqueiros emprendieron una campaña de descalificación argumentando “su falta de experiencia”.


Rescatado de la URL:https://www.jornada.com.mx/2013/10/06/sem-germaine.html

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