En virtud de que la autoridad virreinal era la extensión del poder real, su Palacio, también conocido como Casa Real de los Virreyes, era el centro político y social de la Nueva España. Su ubicación, por tanto, era el punto geográfico de donde partía la traza y construcción de la ciudad capital. Junto a él se erigieron en el siglo xvi la catedral, sede de la Arquidiócesis de México, las Casas de Cabildo o Ayuntamiento, que alojaban al alcalde y al tribunal inferior, y un edificio con locales comerciales que a la postre se denominaría como el Portal de Mercaderes. El conjunto de edificaciones formaba un gran cuadrante, conocido como la Plaza Mayor, espacio donde confluían los variados habitantes de la ciudad.
Entre los siglos xvi y xvii el Palacio fue crisol de las aspiraciones y modos de vida de las clases dominantes. Los virreyes de la Nueva España y su corte emularon el boato aristocrático de la metrópoli y abrazaron un opulento estilo de vida. Bailes, banquetes, funciones de teatro y demás fiestas se vivían puertas adentro del palacio y sus alrededores.
El virrey estaba en el centro de muchas festividades cívicas y religiosas. Una de las más importantes era desde luego su recibimiento en tierras novohispanas. Autoridades civiles y eclesiásticas y personas de diversos sectores sociales salían al paso del cortejo oficial que acompañaba la carroza o litera del virrey. Al desembarcar en Veracruz, el gobernador le hacía entrega de las llaves de la ciudad y en la iglesia parroquial asistía a un Tedeum. Un camino de arcos y flores lo llevaban a distintos pueblos indígenas donde las autoridades le hacían un gran recibimiento. Pasaba luego a la ciudad de Jalapa, seguía hacia Perote y Tlaxcala hasta llegar a Puebla, donde era recibido por el gobernador y alcaldes, además del obispo y el cabildo eclesiástico. En algunos pueblos como Cholula, Acolman o San Cristóbal Ecatepec sus autoridades le entregaban el bastón de mando. En la Villa de Guadalupe, la Real Audiencia lo recibía con una misa y un banquete. Al llegar a la Plaza de Santo Domingo se abría un arco triunfal, entre la música de tambores y trompetas, para ser recibido por el corregidor y el Ayuntamiento. El virrey era conducido en su caballo hasta la catedral donde el arzobispo le daba la bienvenida. Finalmente, acompañado por una gran comitiva entraba al Palacio Virreinal para tomar posesión de su cargo ante la Real Audiencia.
De gran importancia social eran las fiestas para celebrar el cumpleaños del virrey y la virreina. A repique de campanas de la catedral e iglesias, despertaban ese día todos los habitantes la ciudad. Por la tarde la gente acudía a la corrida de toros que se hacía en la Plaza Mayor o la Plaza del Volador y, por la noche, se entregaba al carnaval. A puerta cerrada se servía un gran banquete y se ofrecía un espectáculo de comedias o una ópera. En uno de estos festejos ―en honor del virrey Gaspar de Silva, Conde de Galve― la Décima Musa, Sor Juan Inés de la Cruz, estrenó la comedia Amor es más laberinto. Semejantes eran las fiestas que se hacían para celebrar el embarazo de las virreinas y el nacimiento y bautizos de sus hijos.
Sin embargo, el Palacio Virreinal fue también símbolo de desdichas populares y blanco del encono social contra los gobernantes. En 1692, a causa de una crisis de desabasto de maíz, un tumulto de indígenas atacó sus enormes muros e incendió el Balcón de la Virreina. Horas después, el edificio quedó casi en completa ruina. La Plaza Mayor de México en 1697, de Cristóbal de Villalpando, nos ha legado un testimonio artístico de este episodio.
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