viernes, 4 de diciembre de 2020

La llegada de los españoles

 

La llegada de los españoles


CUANDO EN SEPTIEMBRE DE 1519 Hernán Cortés llegó con su ejército al territorio de Tlaxcala contaba ya con una importante experiencia en enfrentamientos y alianzas con otros pueblos indígenas, concretamente con aquellos que habitaban entre la costa del golfo y el valle poblano-tlaxcalteca. Su encuentro inicial con los señoríos de Tlaxcallan sería violento, pues la alianza no vendría sino después de un prolongado desgaste de fuerzas y de una serie de negociaciones y presiones por ambas partes.

El 2 de septiembre de aquel año se produjo la primera batalla entre los guerreros tlaxcaltecas y las tropas españolas y sus aliados indígenas, mayoritariamente cempoaltecas. Tras ser derrotados, los tlaxcaltecas enviaron una comisión a dialogar con Cortés, pero éste, presumiendo que los delegados eran espías, les aplicó un severo castigo. Fue inevitable, entonces, que poco después ocurriera un segundo enfrentamiento. No obstante que las fuerzas tlaxcaltecas eran superiores en número (unos 50 mil guerreros, incluyendo otomíes forzados) fueron vencidos otra vez por los extranjeros, debido a que éstos contaban con una estrategia militar más efectiva, usaban armas de fuego, armaduras de hierro, caballos y, sobre todo, se apoyaban en un fuerte contingente de indios aliados.

Tras algunas batallas más, el ejército tlaxcalteca se encontraba bastante diezmado, pero el español estaba a punto de ser derrotado. Entonces, Cortés decidió intentar un pacto con su aguerrido enemigo. Para ello, recurrió a un elemento especialmente sensible en el ánimo de los tlaxcaltecas: a cambio de la paz, les ofreció apoyo en contra de los mexicas, sus enemigos mortales. A esta oferta nada desdeñable se aunaba la versión, difundida entre los pueblos indígenas, de que los extranjeros recién llegados eran dioses y, por tanto, inmortales, versión que los españoles trataban de nutrir escondiendo a sus escasos muertos. Si eran invencibles, no tenía sentido seguir luchando contra ellos, pues eso sólo acarrearía más desgracias. Sin embargo, esta visión sacralizadora no era aceptada por todos los señores importantes de Tlaxcala, que desconfiaban de cualquier oferta de paz y de alianza que hicieran los forasteros. Este era el caso de Xicohténcatl Axayacatzin, hijo del cacique de Tizatlán y a quien, para diferenciarlo de su padre, que poseía igual nombre, los historiadores posteriores llamaron el Joven. Al mismo tiempo que Cortés negociaba con los tlaxcaltecas, en un doble juego táctico hacía saber de su impresionante poder bélico a los emisarios de Moctezuma II, y trataba de engañarlos con la idea de que su ataque a los de Tlaxcala se debía a que eran enemigos de los mexicas. Cortés captó perfectamente que la clave de su victoria, no sólo sobre las tierras de Tlaxcala, sino también sobre la capital del imperio azteca, estaba en aprovechar, y si era posible ahondar, la enemistad mexica-tlaxcalteca.

Conforme se multiplicaban las batallas, las pérdidas de vidas y de bienes y el número de poblaciones tomadas por el enemigo, parecía confirmarse la idea de que éste era invencible. Los señores de Tlaxcala se sentían cada vez más presionados a tomar una decisión, aunque esto mismo los enfrentaba entre ellos. Por un lado, Xicoténcatl hijo proponía continuar la lucha, pues veía posibilidades de vencer; por el otro, los caciques Maxicatzin, de Ocotelulco, y Xicohténcatl padre, de Tizatlán, se inclinaban a negociar con el enemigo para obtener la paz. Finalmente se impuso esta última opción, porque de lo contrario se corría el peligro de que los españoles se aliaran con los mexicas, en vez de hacerlo con los tlaxcaltecas, y de que el sometimiento de Tlaxcala bajo el poder tenochca, evitado durante mucho tiempo y a un alto precio, sobreviniera de manera irremediable.

Los caciques de Tlaxcallan ofrecieron la paz a Cortés, y para demostrarle que su oferta era auténtica y que sus guerreros eran disciplinados, la hicieron por conducto del propio Xicoténcatl Axayacatzin, el hombre que más tenazmente los había combatido. El hecho de que los españoles no hubieran tomado las cabeceras de los principales señoríos significaba que la derrota tlaxcalteca no había sido total, por lo que su rendimiento no debía ser incondicional. Ofrecieron a Cortés una alianza amistosa para vencer a los de Tenochtitlan, pero esperaban respeto por aquello por lo que sentían tanto orgullo: su libertad y su autonomía como nación. Con ello se sembraban los principios que normarían la futura relación entre la provincia de Tlaxcala y la Corona española. En el resto de este capítulo se irá dando a conocer la serie de privilegios que obtuvieron los tlaxcaltecas como fruto de esa alianza.

El 23 de septiembre de 1519, veintiún días después de iniciados los combates, Cortés y sus tropas se asentaban victoriosos y de manera pacífica en el corazón de Tlaxcala. Su camino hacia la capital del imperio azteca quedaba allanado, y su dominio sobre él prácticamente asegurado. El sueño de los tlaxcaltecas estaba por hacerse realidad.

Este pacto inicial hispano-tlaxcalteca fue sellado con la entrega de varias indígenas nobles a los jefes españoles; una manera de oficializar el mestizaje generado con la llegada de estos forasteros. Pero el pacto también incluyó el reconocimiento del rey de España como autoridad suprema de los tlaxcaltecas, y la aceptación del dios cristiano como el único y verdadero.

Pronto fue puesta a prueba la alianza. La vecina Cholula, como enemiga perpetua de Tlaxcala y aliada de Tenochtitlan, debía ser sometida. Y lo fue con lujo de violencia. A mediados de octubre entraron con Cortés a Cholula cerca de 5 000 guerreros tlaxcaltecas, mientras que algunos otros miles permanecieron amenazantes a las afueras de esa gran ciudad. La aparente y reservada tranquilidad con que fueron recibidos fue tomada por el capitán español como sospecha de una posible traición de los cholultecas, por lo que con sagacidad y mano fría se adelantó a cualquier eventualidad. Ordenó la matanza de la nobleza cholulteca y de varios miles de hombres que, desarmados, se habían congregado para recibir a los extranjeros. Con la destrucción muerte y pillaje ocurridos en Cholula los tlaxcaltecas obtuvieron la cuota de una venganza largamente esperada. Con esta victoria, el cerco al que Tlaxcala había sido sometida por los mexicas y sus aliados cholultecas empezaba a romperse. Y como reflejo directo de ello, parte del botín estaba compuesto por mercancías de las que habían sido privados por largo tiempo: sal, oro, algodón, esclavos. La alianza hispano-tlaxcalteca salió fortalecida de Cholula.

MAPA 1. Tlaxcala hacia el siglo XII d.C.


FUENTE: Ángel García Cook y Beatriz L. Merino Carrión, Tlaxcala, una historia compartida, tomo 3, p. 328.

Pero el ajuste de cuentas mayor que deseaban hacer los de Tlaxcallan estaba en México-Tenochtitlan. Ahí llegaron con los españoles y esperaron durante seis meses, junto con otros aliados indígenas, que algo importante se produjera. Este prolongado periodo, así como el buen recibimiento que Moctezuma II había dado a Cortés, hizo temer a los tlaxcaltecas que tal vez los mexicanas no serían conquistados como era su deseo, e incluso que llegaría a entablarse una alianza entre estos últimos y los españoles. Entonces, según parece, los tlaxcaltecas presionaron a Cortés para que aprehendiera a Moctezuma, y luego, aprovechando que el capitán español había salido de Tenochtitlan a Veracruz para vencer a Pánfilo de Narváez, supuestamente incitaron a Pedro de Alvarado para que realizara una gran matanza de nobles mexicas en el Templo Mayor. Cuando Cortés regresó, la sublevación indígena era incontrolable, además de que una gran epidemia de viruela y sarampión causaba enormes estragos entre la población. En el extremo de la crisis, Moctezuma II, ya sin autoridad ante los mexicas, había sido asesinado en forma misteriosa. Españoles, tlaxcaltecas y demás aliados se vieron obligados a huir de Tenochtitlan en medio de cruentas batallas. El primer intento por tomar la capital imperial había fracasado, y en él habían muerto más de mil tlaxcaltecas.

Las tropas derrotadas regresaron a territorio de Tlaxcala en los primeros días de julio de 1520 para recuperarse y preparar una nueva embestida. Mientras tanto, los mexicas hacían esfuerzos por reconciliarse con los señores de Tlaxcala para juntos poder derrotar y expulsar a los españoles, en virtud de que éstos se encontraban en un momento de debilidad y su sobrevivencia parecía depender sólo del apoyo aliado. Por su parte, Cortés ofrecía a los tlaxcaltecas entregarles parte de los territorios que conquistaran, en un esfuerzo por sostener su vital alianza.

Frente a esta disyuntiva, una vez más la opinión de los caciques de Tlaxcala se dividió, pero la larga enemistad que reinaba entre las naciones indígenas pesaba demasiado como para que aceptaran la propuesta mexica. Finalmente, Tlaxcala optó por mantener su alianza con los hispanos, así que Cortés decidió reemprender su campaña de conquista. Pronto cayeron Tepeaca, Texmelucan y Texcoco, entre otras poblaciones. La suerte de México-Tenochtitlan estaba echada.

Como una reafirmación del pacto (hasta aquel momento de tipo militar básicamente) que los unía con los españoles, los tlaxcaltecas pidieron a Hernán Cortés que confirmase al sucesor de Maxicatzin, señor de Ocotelulco y tlatoani de Tlaxcallan, quien acababa de morir víctima de la viruela. Un hijo legítimo de éste, de 12 años de edad, fue armado caballero a la usanza europea y bautizado con el nombre cristiano de Lorenzo. Con este hecho tan significativo, la mano de los conquistadores penetraba en los más importantes ámbitos del mundo tlaxcalteca: el gobierno y la religión. Por un lado, Cortés se colocaba como una entidad superior que otorgaba legitimidad a la autoridad indígena. Por el otro, se imponía el rito sacramental con el que se ingresaba a otra religión.

Para atacar Tenochtitlan, Cortés mandó construir 13 bergantines en San Buenaventura Atempan, los cuales fueron probados a principios de 1521 en una represa hecha para tal propósito en el río Zahuapan, y después separados en piezas para trasladarlos por vía terrestre hasta Texcoco. Se dice que más de 8 000 tlaxcaltecas colaboraron en esta titánica labor. Durante la primavera de aquel año, las tropas aliadas de los españoles se dedicaron a someter a los pueblos ubicados en las riberas de los lagos del Anáhuac, con el objetivo de ir sitiando a Tenochtitlan. De esos ataques, los guerreros tlaxcaltecas obtuvieron grandes botines y muchos prisioneros, aunque

también perdieron a uno de sus más ilustres capitanes: Xicoténcatl el Joven. La participación de éste en todos los combates al lado de los españoles había sido obligada, pues no estaba muy de acuerdo con esa alianza, por lo que finalmente decidió desertar. Cortés no podía permitir que este guerrero fuera seguido por otros cuando estaba cercano el tan esperado ataque a Tenochtitlan, así que, con la venia de los señores de Tlaxcala, ordenó su aprehensión y ejecución. En memoria de este héroe indígena, mucho tiempo después el estado recibiría el apelativo de "Tlaxcala de Xicohténcatl".

El 30 de mayo de 1521 se inició por agua y tierra el asedio a la capital del imperio azteca, en el que participaron más de 100 mil guerreros tlaxcaltecas junto con otros muchos aliados indígenas y un puñado de soldados españoles. No fue sino hasta el 13 de agosto cuando la ciudad de México-Tenochtitlan cayó rendida. Tlaxcala estaba liberada de sus antiguos enemigos; el cerco que durante tantos años había limitado su expansión estaba roto definitivamente, aun cuando por ello tendría que pagar un precio: su intocable autonomía de nación quedaría sujeta a nuevas reglas y su ancestral cultura sería penetrada por otros principios. No obstante, la alianza con los conquistadores permitiría a los tlaxcaltecas no sólo su sobrevivencia, sino además la posibilidad de contar con un amplio margen de negociación para seguir desarrollándose como sociedad indígena.

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