Cien años de soledad se ha convertido en la novela más emblemática de la cultura latinoamericana. Escrita por Gabriel García Márquez, esta obra se inscribió en lo que para unos es realismo mágico y para Alejo Carpentier es "lo real maravilloso".
En un exhaustivo trabajo de imaginación, Gabriel García Márquez narra la historia de siete generaciones de la familia Buendía, familia condenada a la soledad.
Resumen de Cien años de soledad
La novela está estructurada en capítulos sin nombrar. Sin embargo, para facilitar la comprensión del argumento, hemos ordenado y separado el relato en cuatro etapas que identifican, a grandes rasgos, los pasajes más emblemáticos.
I Etapa: fundación y primeros años de Macondo
Desde que Úrsula Iguarán se casó con su primo José Arcadio Buendía, teme engendrar un niño con cola de cerdo como consecuencia del parentesco. Por ello, se niega temporalmente a consumar el matrimonio. Esto es causa de que Prudencio Aguilar se burle de José Arcadio Buendía quien, ofendido, lo mata en duelo para salvar su honor. Desde entonces, el fantasma de Aguilar lo persigue y José Arcadio decide irse del pueblo.
Inspirado por un sueño durante su travesía en la selva, José Arcadio Buendía decide quedarse en ese punto del camino y fundar Macondo, pueblo que crece poco a poco.
El pueblo recibe con frecuencia las visitas de los gitanos. Su líder, Melquíades, trae siempre artefactos y objetos que obsesionan a José Arcadio Buendía.
Para entonces, el joven matrimonio ya ha concebido a tres hijos: José Arcadio, Aureliano y Amaranta. Además, adoptan a Rebeca, la hija de unos parientes. El incesto es una preocupación constante en Úrsula, quien con los años observa cómo Receba y su hijo José Arcadio se enamoran y se casan.
A Macondo llega la peste del insomnio, la cual trae consigo la del olvido. Un brebaje de Melquíades pone fin a la peste. El éxito es tal que el gitano se queda a vivir en Macondo, tiempo en el cual escribe unos pergaminos que solo serán descifrados muchos años depués.
El patriarca, José Arcadio Buendía, vuelve a encontrarse con el fantasma de Aguilar y enloquece. La familia, entonces, lo amarra a un árbol del patio trasero, donde morirá de un infarto.
II Etapa: la guerra civil y el coronel Aureliano Buendía
Al estallar la guerra civil, Aureliano Buendía lucha contra los conservadores, comandando un grupo de soldados de Macondo. Nombra a su sobrino Arcadio como jefe civil y militar del pueblo.
Arcadio había sido el fruto de una relación de amantes entre José Arcado hijo y Pilar Ternera, regente de un prostíbulo. Fue criado en casa de sus abuelos a condición de que se le ocultara su origen. Creció pensando ser hijo del gran patriarca. Cuando es nombrado jefe de Macondo, Arcadio se vuelve un dictador y tiraniza el pueblo. Muere fusilado por los conservadores.
Durante su actividad como líder de los liberales, el coronel Aureliano Buendía enfrenta un total de 32 batallas, de las cuales sale siempre perdedor. Cansado, pronto el coronel comprende que la lucha armada no tiene sentido.
Con el tiempo, Aureliano firma un tratado de paz, tras el cual intenta suicidarse. Regresa a Macondo, donde pasará el resto de su vida haciendo y rehaciendo pescaditos de oro.
III Etapa: la fiebre bananera
Aureliano concibe 17 hijos de madres diferentes. Uno de ellos, llamado Aureliano Triste, promueve el tren a Macondo, lo que activa el comercio y permite la llegada de inventos como el telégrafo y el cine. Esto atrae la inversión de un grupo extranjero en una plantación de bananos.
La plantación genera la ilusión de prosperidad del pueblo, pero una huelga de trabajadores hará que todo esto acabe en una auténtica masacre. Los inversionistas, luego de haber explotado el pueblo, se retiran con su dinero y Macondo vuelve a la pobreza.
A partir de ese momento, el pueblo sufre lluvias constantes por casi cinco años. Úrsula, la matriarca centenaria que ha cuidado de toda la familia, espera el fin de las lluvias para morir y descansar el paz.
Durante los últimos tiempos de Úrsula, nace Aureliano (Babilonia), el último descendiente de los Buendía. Aureliano es hijo natural de Meme y Mauricio Babilonia, un aprendiz de mecánico que siempre es perseguido por un enjambre de mariposas amarillas.
La religiosa y tiránica madre de Meme, Fernanda del Carpio, se opone a la relación, saca a Mauricio del camino, manda a Meme a un convento, le quita al niño y lo cría haciéndole creer que ha sido encontrado en una canastilla.
IV Etapa: El fin de Macondo
Pasan los años y poco a poco el pueblo se va vaciando. Aureliano Babilonia, que se caracterizaba por ser sabio, pasa la vida descifrando los pergaminos que había escrito Melquíades.
Entre tanto, regresa de Europa su tía Amaranta Úrsula, casada con Gastón. Sin saber de su parentesco, ambos se enamoran, Gastón se va pero ella queda embarazada.
Durante el parto, en el que ella muere, da a luz a un niño con cola de cerdo. Aureliano intenta buscar ayuda, pero al no encontrar más que a un cantinero, se emborracha y se queda dormido. Cuando despierta y regresa, el niño ha sido devorado por las hormigas.
Finalmente, Aureliano logrará descifrar los pergaminos de Melquíades: «porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra». Entonces, todo Macondo será arrasado y sepultado por un huracán.
Análisis de Cien años de soledad
Lo real maravilloso
La novela Cien años de soledad es una de las obras más representativas del boom latinoamericano. Parte de lo que esta generación traía en su escritura fue llamado por Alejo Carpentier como "lo real maravilloso", en respuesta a la pretensión de denominarlo "realismo mágico". Carpentier dirá que lo real maravilloso se refiere:
(...) al estado bruto, latente, omnipresente en todo lo latinoamericano. Aquí lo insólito es cotidiano, siempre fue cotidiano.
La historia de esta novela relata una serie de sucesos insólitos, insospechados, pero ni el narrador ni los personajes se asombran ante estos sucesos. En el universo de la narración, lo maravilloso se comporta como parte de la realidad cotidiana, como algo que no requiere explicación. Se trata, por tanto, de una trasgresión literaria y quién sabe si del orden cartesiano de pensamiento.
Historia y mito, memoria y olvido
Cada uno de los hechos narrados en la novela se relaciona con una lectura sobre el tiempo histórico, sobre la construcción de la memoria y el paso del olvido. El autor dialoga con la historia e identidad de su Colombia natal que es, de algún modo, una imagen donde América Latina puede reconocerse.
Macondo no es solo una palabra sonora: es imagen de un árbol familiar que extiende sus ramas para cobijar toda suerte de mitos, prejuicios, anécdotas, valores, sueños y voluntades destinadas al olvido, a la transformación del tiempo.
La intrahistoria de la familia de los Buendía es a la vez un guiño de ojo a la infancia de García Márquez y a la Historia con mayúsculas.
Desde un recorrido por la memoria de su Aracataca natal, el escritor observa pasar el enfrentamiento decimonónico entre liberales y conservadores, la llegada del tren, el auge de la fiebre del banano, la expansión del capitalismo y sus prácticas de dominación, en fin: el paso de la tradición a la modernidad desde la periferia.
García Márquez también dialoga con los valores de una cultura atravesada por toda suerte de relatos míticos y religiosos, que tienen un gran poder significativo. Le da voz a los prejuicios, a las supersticiones más vivas y fuertes, y a las imágenes bíblicas del catolicismo, naturalizadas en el imaginario popular latinoamericano: un pecado original que espera su castigo, una asunción y un diluvio son apenas algunos de estos símbolos.
Así, García Márquez va articulando un discurso mítico, un relato de símbolos que explica el origen y el fin de un microcosmos en el que se construye una imagen del mundo, y al mismo tiempo se hila en la red de un tiempo histórico amplio.
Los personajes y los arquetipos
Los nombres de los personajes en esta novela se repiten de generación a generación, prácticamente idénticos, como si de arquetipos humanos de tratara, imbuidos, como suelen estar estos, en los conflictos más profundos de la cultura. Parecen actuar como personajes míticos que representan conceptos y estructuras de pensamiento que explican la cosa humana, cual personajes griegos.
Pero García Márquez da un paso más allá cuando otorga nombres similares a cada personaje. Con este hecho, recalca el peso de la herencia, de la memoria, del mandato de los ancestros, el peso de la historia y la cultura.
Quizá, de algún modo, cada personaje no sea un arquetipo de individuo, sino la expresión de las diversas fuerzas de la historia que empujan en direcciones diferentes.
Los impulsivos y soñadores Arcadios, los retraídos y curiosos Aurelianos, las enérgicas pero supersticiosas Úrsulas o una Fernanda en extremo religiosa y tiránica, pueden representar, al fin y al cabo, las fuerzas de la historia debatiéndose por predominar (la búsqueda del conocimiento, la fuerza militar, la religión, los prejuicios, el capitalismo), imágenes del mundo negadas a desaparecer, todas entramadas en el gran relato del fundador.
El amor y la historia
Pero, ¿qué pueden hacer estas fuerzas, estas imágenes, contra el paso del tiempo? ¿Qué pueden, acaso, contra la naturaleza? ¿Qué pueden contra el misterio de los símbolos y de la imaginación? ¿Qué pueden contra el destino humano?
En cada relato de Cien años de soledad, en la historia de cada personaje y en la forma en que cada una se hila, solo una fuerza permanece amarrada, velada, arrinconada por la energía de las fuerzas contrarias: el amor, que cada vez que se asoma, lucha sin éxito para abrirse paso. Esta fuerza humana vital sucumbe ante el peso de una cultura que, en cierto sentido, condena a los Buendía a vivir cien años de soledad.
CIEN AÑOS DE SOLEDAD
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