104 años con Juan Rulfo | Artículo
Después de 104 años con Rulfo, hay que leer y releer su obra.
Lo hacen ya desde hace más de 60 años, millones de seres en el planeta.
¿Ya lo hicimos ayer?
Regresemos a él ahora, aún en horas de pandemia. Para abrir bien los ojos y fertilizar la vida.
- Julio Moguel
El 16 de mayo de 1917, en pleno dominio institucional del carrancismo, hace justo 104 años de andanzas planetarias, nació el mejor escritor mexicano de todos los tiempos. Autor de innumerables escritos, es conocido sobre todo por sus novelas Pedro Páramo y El Gallo de oro, y por su ramillete de cuentos titulado El Llano en llamas.
Pedro Páramo es su obra más universalmente fincada, pieza literaria que fue considerada por Borges como “una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispana, y acaso de toda la literatura. Gabriel García Márquez señaló en su momento: “No son más de 300 páginas, pero son casi tantas, y son tan perdurables, como las que conocemos de Sófocles.”
No es menos relevante lo que dijo el escritor marroquí Tajar Ben Jelloun en 1993, cuando señaló que desde que había descubierto a Juan Rulfo tenía la certeza de que “es la tierra mortífera que escribe en nosotros, es el pueblo desposeído que se expresa en nuestras ficciones”. Agregando, en 2004: “No sé a estas alturas cuántas veces he leído [la novela Pedro Páramo], ni a cuántos se la he regalado [porque] cada lectura representa un nuevo descubrimiento […] Es breve, [pero] necesito detener la lectura para sopesar las frases, como si estuviera con el orfebre. Porque ahí está presente la poesía.”
En 1960, José María Arguedas señaló que Rulfo había “elevado a la más alta categoría artística el difícil lenguaje del pueblo”. Susan Sontag, por su parte, afirmó que “La novela de Rulfo no es sólo una de las obras maestras de la literatura universal en el siglo XX, sino uno de los libros más significativos del siglo […] Pedro Páramo es un clásico en el sentido más cabal del término.”
Podríamos continuar las citas sin que pudiera alcanzarnos la cantidad de caracteres que ocupamos en este espacio, pero cabe señalar aquí que, en perspectivas parecidas de opinión, encontramos señalamiento de Günter Grass, Kensaburo Oé, Uns Winder, Gao Xingjian, Manuel Rivas, Jean-Marie Gustave Le Clézio, Mario Vargas Llosa o el cineasta Werner Herzog. Sin dejar de mencionar que el autor de El Llano en llamas es el escritor mexicano cuya obra ha sido traducida a más idiomas en todo el planeta. (Ver, en este tema, el libro publicado por Juan Pablos Editor, Rulfo: otras miradas, coordinado por Víctor Jiménez, Jorge Zepeda y Julio Moguel).
II
No pretendo en este artículo hacer una aproximación de “crítica literaria” sobre la obra del escritor jalisciense, sino llamar la atención en torno al interés que el propio Rulfo tenía en lo que se refiere al tema de “la traducción”, para indicar que el autor de Pedro Páramo –y acaso allí se encuentre una de las claves importantes de su escritura– era un apasionado investigador y experimentador de “transferencias creativas” entre distintos campos de expresión, de códigos, imágenes, miradas, sentidos –además de la literatura– en la arquitectura, las artes “de lo visual” [el cine, la fotografía], de “lo auditivo” [la música] y la historia.
Porque no es posible restringir el ámbito de la traducción al ámbito de la “la letra”, a menos de quedarnos varados en un concepto que pudiera conducir a errores de consideración en torno al sentido de las lenguas o de “los lenguajes”. Pienso, por el contrario, siguiendo en ello a Gadamer, que la traducción remite necesariamente a la temática de la “representación”, dentro de la que adquiere un valor específico no sólo “el decir [o tratar de decir] lo que otros dicen” de una lengua a otra, sino también la interconexión o vinculación de sentido[s] de un campo de expresión [artístico, literario] con otro.
Todo esto viene a cuento porque nuestro interés ahora, para rememorar a Rulfo en el 104vo. año de su nacimiento, consiste en centrar nuestro comentario en la específica valoración de la traducción de Pedro Páramo al francés –como botón de muestra–, en la versión realizada por Gabriel Iaculli en 2005, considerada por la crítica como una de las mejores transferencias logradas de la obra de Rulfo del castellano a otra lengua, justo bajo el concepto o las ideas que líneas arriba venimos de señalar.
III
En una entrevista que le hice a Gabriel Iaculli en 2007, en París, éste me señaló:
Traducir a Rulfo es un placer, y es también un gran trabajo: es como si se tratara de una traducción de poesía […] Traducir a Rulfo es un honor. Hay muy pocos escritores de esta envergadura […] Pedro Páramo está sembrado de maravillas por todas partes, y de dificultades que van a la par. Pedro Páramo se distingue por sus técnicas narrativas originales y sin parangón. Eso que podríamos denominar la visión subjetiva, sobre el modelo de la “cámara subjetiva”, procedimiento que no se encuentra más que en William Faulkner, por lo menos utilizado de una manera tan acabada. El texto lleva directamente al personaje: toda distancia entre narrador, protagonista y lector queda abolida. No se siente, no se ve, no se escucha y no se piensa más que en el espíritu de quien se expresa.
Todo ello quiere decir que es imposible hacer la transferencia al francés siguiendo las pistas de una traducción literal. El material a traducir tiene que sentirse, olerse, tocarse. Y, de manera fundamental, se requiere dar el salto del castellano al mexicano, pues el primero no contiene la riqueza del lenguaje que proviene “de los pueblos”, o de lo que un conocido escritor denominó la poética popular.
Uno entre muchos ejemplos de esta dificultad de la transferencia del español al francés –o a cualquier otra lengua– es el manejo del doble sentido que se implica en muy diversos giros del habla mexicana popular. Veamos aquí la referida dificultad y la forma en que Iaculli logra resolver el escollo.
Vayamos a la escena en la que Pedro Páramo ordena a Fulgor Sedano, su capataz y administrador, que sea el intermediario para pedir a Dolores que se case con él:
–Le dirás a Lola esto y lo otro y que la quiero. Eso es importante. De cierto, Sedano, la quiero. Por sus ojos, ¿sabes? Eso harás mañana temprano. Te reduzco tu tarea de administrador. Olvídate de la Media Luna.
El primer traductor de Pedro Páramo al francés, Roger Lescot (1959), tradujo en forma literal:
C’est vrai, Sedano, je l’aime. A cause de ses yeux, tu sais. (Es cierto, Sedano, la quiero. Por sus ojos, ¿sabes?)
Iaculli traduce la manera correcta para dar fe del doble sentido de la expresión:
C’est vrai, Sedano, je l’aime. Pour son argent, tu sais? (Es cierto, Sedano, la quiero. Por su dinero, ¿sabes?)
“Algo se pierde” en la transferencia, es cierto, pero el traductor está obligado aquí, como decíamos, a realizar el máximo esfuerzo para “acercar” estas líneas a la comprensión del lector. Y Iaculli, en mi opinión, en este y en otros muchos casos, lo logra con una significativa precisión y naturalidad.
Después de 104 años con Rulfo hay que leer y releer su obra. Lo hacen ya desde hace más de 60 años millones de seres en el planeta. ¿Ya lo hicimos ayer? Regresemos a él ahora, aún en horas de pandemia. Para abrir bien los ojos y fertilizar la vida.
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