lunes, 18 de julio de 2022

Frida Kahlo: Conexiones entre mujeres surrealistas en México

 



Alicia Rahon. El Juglar, del Ciclo Orion's Ballet, 1946. Pintura blanca en carton. 33x25,1 cm




Frida Kahlo, Diego en mi pensamiento, 1943, Oleo sobre masonite, 76 x 61 cm, ©2015 Banco de México Diego Rivera & Frida Kahlo Museums Trust. Foto: Gerardo Suter




Leonora Carrington. Tres mujeres con cuervos, 1951. Oleo sobre tela. 52X30. Colección privada © Carrington Leonora - AUTVIS, Brasil, 2015




Remedios Varo. Roulotte, 1955. Óleo sobre masonita. 78x60 cm. Colección del Museo de Arte Moderno de México © Varo, Remedios - AUTVIS, Brasil, 2015




El arte latinoamericano del siglo XX debe mucho a las mujeres, pero si está por concluir el revisionismo de la vanguardia en París, qué dejará para el otro lado del Atlántico, o la figura femenina, siempre desplazada. Si se forjó la idea de que los dictados de ellas producían un arte menor, en el caso de México esto vino eventualmente a diluirse. Tras el viaje de Artaud (1936) quedó “descubierta” la pintura de María Izquierdo como “resurrección de lo primitivo”, y Breton y Paalen irán a secundarlo. Hoy esas hallazgos son multiplicados y tangibles desde la curaduría de Teresa Arcq, con la muestra “Frida Kahlo:



Conexiones entre mujeres surrealistas en México”, abierta desde el 27 de septiembre de 2015 hasta el 10 de enero de 2016 en el Instituto Tomie Ohtake.

Obras icónicas abren el primer núcleo expositivo (Autorretrato). 

Un elogio a tratados intimistas y freudianos se ve en Mujer saliendo del psicoanalista, donde Remedios Varo se representa llevando sendas máscaras y balanceando la cabeza de un hombre (su padre). Inaugural también es el retrato de Frida Kahlo Diego en mi pensamiento, con la capa que ciñe su rostro, más que exótico, representando la cultura matriarcal tehuana, con la cual ella buscó parentescos utópicos.


De esta ala se derivan los núcleos Cuerpo femenino, Naturaleza muerta simbólica, Romance, maternidad y familia. 

En el primero, sexualidad y desnudo arriban a la condición fotográfica del surrealismo, acuñada así por Rosalind Krauss. Fotograma con vaso y cara, de Rosa Rolanda, es representación inconexa que aplica la famosa técnica “radiograma”, difundida por la artista tras aprenderla de Man Ray.

 Condición a la que aluden también los juegos ópticos con vidrio de Kati Horna en Paraísos artificiales. 

El segundo núcleo: 

A propósito de la naturaleza muerta, un género colonial, apunta esos saltos semánticos de una fruta cortada hasta la construcción de frases como La novia que se espanta al ver la vida abierta.


Esta obra de Kahlo, tomada como ejemplo, hace guiños a Jacqueline Lamba, mujer de Breton, con quien solía practicar el objet trouvé en los mercados. El tercero: obsesiones sobre maternidad y aborto, que, según Arcq, ponen en crisis la idea de que el arte está distante de lo biográfico. Representaciones naturalistas a la manera de exvotos, lado a lado telas cargadas del mito de identidad, como Diego, yo y el señor Xólotl, distienden esas clasificaciones. 

Como frases subyacentes a estas (Territorios de creación, Reinos mágicos), abordan esferas que a menudo se tocan, principalmente en las obras de Leonora Carrington y Varo, pintoras extranjeras radicadas en México y que, junto a Marx Ernst y Benjamin Péret, respectivamente sus parejas, adhieren definitivamente al surrealismo.



La obra Tres mujeres con cuervo de Carrington o Carricoche de Varo exprimen un contexto mágico a salvar, pero deben más a rituales alquímicos que al folclor mexicano. 

Las últimas proposiciones traen conexiones hasta ahora poco difundidas como Vida escenificada, con ejemplos de vestuario o indumentaria para teatro, como la de Alice Rahon para Ballet cósmico. Por fin, toda una sección dedicada al Surrealismo e Inconsciente, con manifestaciones de dibujo automático y collage. Y para terminar, el homenaje a las Mujeres mecenas, singulares galeristas y editoras como Inés Amor y Lola Álvarez Bravo.





  



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