lunes, 7 de abril de 2025

Los 30 mejores poemas en español.



1 Elegía, de Miguel Hernández

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,

con quien tanto quería.)


Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.


Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento,

a las desalentadas amapolas


daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.


Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.


No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.


Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.


Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.


No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.


En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.


Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.


Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.


Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera


de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.


Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.


Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.


A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.


2 Tú me quieres blanca, de Alfonsina Storni

Tú me quieres alba,

me quieres de espumas,

me quieres de nácar.

Que sea azucena

Sobre todas, casta.

De perfume tenue.

Corola cerrada .


Ni un rayo de luna

filtrado me haya.

Ni una margarita

se diga mi hermana.

Tú me quieres nívea,

tú me quieres blanca,

tú me quieres alba.


Tú que hubiste todas

las copas a mano,

de frutos y mieles

los labios morados.

Tú que en el banquete

cubierto de pámpanos

dejaste las carnes

festejando a Baco.

Tú que en los jardines

negros del Engaño

vestido de rojo

corriste al Estrago.


Tú que el esqueleto

conservas intacto

no sé todavía

por cuáles milagros,

me pretendes blanca

(Dios te lo perdone),

me pretendes casta

(Dios te lo perdone),

¡me pretendes alba!


Huye hacia los bosques,

vete a la montaña;

límpiate la boca;

vive en las cabañas;

toca con las manos

la tierra mojada;

alimenta el cuerpo

con raíz amarga;

bebe de las rocas;

duerme sobre escarcha;

renueva tejidos

con salitre y agua:


Habla con los pájaros

y lévate al alba.

Y cuando las carnes

te sean tornadas,

y cuando hayas puesto

en ellas el alma

que por las alcobas

se quedó enredada,

entonces, buen hombre,

preténdeme blanca,

preténdeme nívea,

preténdeme casta.


3 Gacela de la terrible presencia, de Federico García Lorca


Yo quiero que el agua se quede sin cauce.

Yo quiero que el viento se quede sin valles.


Quiero que la noche se quede sin ojos

y mi corazón sin la flor del oro.


Que los bueyes hablen con las grandes hojas

y que la lombriz se muera de sombra.


Que brillen los dientes de la calavera

y los amarillos inunden la seda.


Puedo ver el duelo de la noche herida

luchando enroscada con el mediodía.


Resisto un ocaso de verde veneno

y los arcos rotos donde sufre el tiempo.


Pero no me enseñes tu limpio desnudo

como un negro cactus abierto en los juncos.


Déjame en un ansia de oscuros planetas,

¡pero no me enseñes tu cintura fresca!


4 Me gusta cuando callas, de Pablo Neruda


Me gustas cuando callas porque estás como ausente,

y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.

Parece que los ojos se te hubieran volado

y parece que un beso te cerrara la boca.


Como todas las cosas están llenas de mi alma

emerges de las cosas, llena del alma mía.

Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,

y te pareces a la palabra melancolía.


Me gustas cuando callas y estás como distante.

Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.

Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:

déjame que me calle con el silencio tuyo.


Déjame que te hable también con tu silencio

claro como una lámpara, simple como un anillo.

Eres como la noche, callada y constelada.

Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.


Me gustas cuando callas porque estás como ausente.

Distante y dolorosa como si hubieras muerto.

Una palabra entonces, una sonrisa bastan.

Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.


5 Amor constante más allá de la muerte, de Francisco de Quevedo

Cerrar podrá mis ojos la postrera

Sombra que me llevare el blanco día,

Y podrá desatar esta alma mía

Hora, a su afán ansioso lisonjera;


Mas no de esotra parte en la ribera

Dejará la memoria, en donde ardía:

Nadar sabe mi llama el agua fría,

Y perder el respeto a ley severa.


Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,

Venas, que humor a tanto fuego han dado,

Médulas, que han gloriosamente ardido,


Su cuerpo dejará, no su cuidado;

Serán ceniza, mas tendrá sentido;

Polvo serán, mas polvo enamorado.


6 Por una mirada, un mundo, de Gustavo Adolfo Bécquer


Por una mirada, un mundo,

por una sonrisa, un cielo,

por un beso… ¡yo no sé

qué te diera por un beso!


7 Palabras para Julia, de José Agustín Goytosolo


Tú no puedes volver atrás

porque la vida ya te empuja

como un aullido interminable.


Hija mía es mejor vivir

con la alegría de los hombres

que llorar ante el muro ciego.


Te sentirás acorralada

te sentirás perdida o sola

tal vez querrás no haber nacido.


Yo sé muy bien que te dirán

que la vida no tiene objeto

que es un asunto desgraciado.


Entonces siempre acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.


La vida es bella, ya verás

como a pesar de los pesares

tendrás amigos, tendrás amor.


Un hombre solo, una mujer

así tomados, de uno en uno

son como polvo, no son nada.


Pero yo cuando te hablo a ti

cuando te escribo estas palabras

pienso también en otra gente.


Tu destino está en los demás

tu futuro es tu propia vida

tu dignidad es la de todos.


Otros esperan que resistas

que les ayude tu alegría

tu canción entre sus canciones.


Entonces siempre acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti

como ahora pienso.


Nunca te entregues ni te apartes

junto al camino, nunca digas

no puedo más y aquí me quedo.


La vida es bella, tú verás

como a pesar de los pesares

tendrás amor, tendrás amigos.


Por lo demás no hay elección

y este mundo tal como es

será todo tu patrimonio.


Perdóname no sé decirte

nada más pero tú comprende

que yo aún estoy en el camino.


Y siempre siempre acuérdate

de lo que un día yo escribí

pensando en ti como ahora pienso.


8 Se equivocó la paloma, de Rafael Alberti


Se equivocó la paloma.

Se equivocaba.


Por ir al Norte, fue al Sur.

Creyó que el trigo era agua.

Se equivocaba.


Creyó que el mar era el cielo;

que la noche la mañana.

Se equivocaba.


Que las estrellas eran rocío;

que la calor, la nevada.

Se equivocaba.


Que tu falda era tu blusa;

que tu corazón su casa.

Se equivocaba.


(Ella se durmió en la orilla.

Tú, en la cumbre de una rama.)


9 A una rosa, de Góngora


Ayer naciste, y morirás mañana.

Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?

¿Para vivir tan poco estás lucida?

Y, ¿para no ser nada estás lozana?


Si te engañó su hermosura vana,

bien presto la verás desvanecida,

porque en tu hermosura está escondida

la ocasión de morir muerte temprana.


Cuando te corte la robusta mano,

ley de la agricultura permitida,

grosero aliento acabará tu suerte.

No salgas, que te aguarda algún tirano;


dilata tu nacer para la vida,

que anticipas tu ser para tu muerte.

Ya besando unas manos cristalinas,

ya anudándose a un blanco y liso cuello,


ya esparciendo por él aquel cabello

que Amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas

palabras dulces mil sin merecello,


ya cogiendo de cada labio bello

purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh, claro sol invidïoso,

cuando tu luz, hiriéndome los ojos,


mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso,

porque no den los suyos más enojos,

rayos, como a tu hijo, te den muerte.

10 A un olmo seco, de Antonio Machado


Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.


¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.


No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.


Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.


Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas de alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.


11 Ir y quedarse, de Lope de Vega


Ir y quedarse, y con quedar partirse,

partir sin alma, y ir con alma ajena,

oír la dulce voz de una sirena

y no poder del árbol desasirse;


arder como la vela y consumirse,

haciendo torres sobre tierna arena;

caer de un cielo, y ser demonio en pena,

y de serlo jamás arrepentirse;


hablar entre las mudas soledades,

pedir prestada sobre fe paciencia,

y lo que es temporal llamar eterno;


creer sospechas y negar verdades,

es lo que llaman en el mundo ausencia,

fuego en el alma, y en la vida infierno.

12 Volverán las oscuras golondrinas, de Gustavo Adolfo Bécquer.


Volverán las oscuras golondrinas

en tu balcón sus nidos a colgar,

y otra vez con el ala a sus cristales

jugando llamarán.


Pero aquellas que el vuelo refrenaban

tu hermosura y mi dicha a contemplar,

aquellas que aprendieron nuestros nombres…

¡esas… no volverán!.


Volverán las tupidas madreselvas

de tu jardín las tapias a escalar,

y otra vez a la tarde aún más hermosas

sus flores se abrirán.


Pero aquellas, cuajadas de rocío

cuyas gotas mirábamos temblar

y caer como lágrimas del día…

¡esas… no volverán!


Volverán del amor en tus oídos

las palabras ardientes a sonar;

tu corazón de su profundo sueño

tal vez despertará.


Pero mudo y absorto y de rodillas

como se adora a Dios ante su altar,

como yo te he querido…; desengáñate,

¡así… no te querrán!

13 Coplas a la muerte de su padre, Jorge Manrique


Recuerde el alma dormida,

avive el seso e despierte

contemplando

cómo se passa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el plazer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parescer,

cualquiere tiempo passado

fue mejor.


14 La voz a ti debida, de Pedro Salinas


Tú vives siempre en tus actos.

Con la punta de tus dedos

pulsas el mundo, le arrancas

auroras, triunfos, colores,

alegrías: es tu música.

La vida es lo que tú tocas.


De tus ojos, sólo de ellos,

sale la luz que te guía

los pasos. Andas

por lo que ves. Nada más.


Y si una duda te hace

señas a diez mil kilómetros,

lo dejas todo, te arrojas

sobre proas, sobre alas,

estás ya allí; con los besos,

con los dientes la desgarras:

ya no es duda.

Tú nunca puedes dudar.


Porque has vuelto los misterios

del revés. Y tus enigmas,

lo que nunca entenderás,

son esas cosas tan claras:

la arena donde te tiendes,

la marcha de tu reloj

y el tierno cuerpo rosado

que te encuentras en tu espejo

cada día al despertar,

y es el tuyo. Los prodigios

que están descifrados ya.


Y nunca te equivocaste,

más que una vez, una noche

que te encaprichó una sombra

-la única que te ha gustado-.

Una sombra parecía.

Y la quisiste abrazar.

Y era yo.

15 Nanas de la cebolla, de Miguel Hernández


La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.


En la cuna del hambre

mi niño estaba.

Con sangre de cebolla

se amamantaba.

Pero tu sangre

escarchaba de azúcar,

cebolla y hambre.


Una mujer morena,

resuelta en luna,

se derrama hilo a hilo

sobre la cuna.

Ríete, niño,

que te tragas la luna

cuando es preciso.


Alondra de mi casa,

ríete mucho.

Es tu risa en los ojos

la luz del mundo.

Ríete tanto

que en el alma, al oírte,

bata el espacio.


Tu risa me hace libre,

me pone alas.

Soledades me quita,

cárcel me arranca.

Boca que vuela,

corazón que en tus labios

relampaguea.


Es tu risa la espada

más victoriosa.

Vencedor de las flores

y las alondras.

Rival del sol,

porvenir de mis huesos

y de mi amor.


La carne aleteante,

súbito el párpado,

y el niño como nunca

coloreado.

¡Cuánto jilguero

se remonta, aletea,

desde tu cuerpo!


Desperté de ser niño.

Nunca despiertes.

Triste llevo la boca.

Ríete siempre.

Siempre en la cuna,

defendiendo la risa

pluma por pluma.


Ser de vuelo tan alto,

tan extendido,

que tu carne parece

cielo cernido.

¡Si yo pudiera

remontarme al origen

de tu carrera!


Al octavo mes ríes

con cinco azahares.

Con cinco diminutas

ferocidades.

Con cinco dientes

como cinco jazmines

adolescentes.


Frontera de los besos

serán mañana,

cuando en la dentadura

sientas un arma.

Sientas un fuego

correr dientes abajo

buscando el centro.


Vuela niño en la doble

luna del pecho.

Él, triste de cebolla.

Tú, satisfecho.

No te derrumbes.

No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.


16 Hija del viento, de Alejandra Pizarnik


Han venido.

Invaden la sangre.

Huelen a plumas,

a carencias,

a llanto.

Pero tú alimentas al miedo

y a la soledad

como a dos animales pequeños

perdidos en el desierto.


Han venido

a incendiar la edad del sueño.

Un adiós es tu vida.

Pero tú te abrazas

como la serpiente loca de movimiento

que sólo se halla a sí misma

porque no hay nadie.


Tú lloras debajo del llanto,

tú abres el cofre de tus deseos

y eres más rica que la noche.


Pero hace tanta soledad

que las palabras se suicidan.


17 La canción del pirata, de José de Espronceda


Con diez cañones por banda,

viento en popa a toda vela,

no corta el mar, sino vuela

un velero bergantín;


bajel pirata que llaman,

por su bravura, el Temido,

en todo mar conocido

del uno al otro confín.


La luna en el mar riela,

en la lona gime el viento

y alza en blando movimiento

olas de plata y azul;


y va el capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

Asia a un lado, al otro Europa,

y allá a su frente Estambul;


«Navega velero mío,

sin temor,

que ni enemigo navío,

ni tormenta, ni bonanza,

tu rumbo a torcer alcanza,

ni a sujetar tu valor.

»Veinte presas

hemos hecho

a despecho,

del inglés,


»y han rendido

sus pendones

cien naciones

a mis pies.


»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.


»Allá muevan feroz guerra

ciegos reyes

por un palmo más de tierra,

que yo tengo aquí por mío

cuanto abarca el mar bravío,

a quien nadie impuso leyes.


»Y no hay playa

sea cualquiera,

ni bandera

de esplendor,


»que no sienta

mi derecho

y dé pecho

a mi valor.


»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.


»A la voz de ¡barco viene!

es de ver

cómo vira y se previene

a todo trapo a escapar:

que yo soy el rey del mar,

y mi furia es de temer.


»En las presas

yo divido

lo cogido

por igual:


»sólo quiero

por riqueza

la belleza

sin rival.

»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.


»¡Sentenciado estoy a muerte!;

yo me río;

no me abandone la suerte,

y al mismo que me condena,

colgaré de alguna entena

quizá en su propio navío.


»Y si caigo

¿qué es la vida?

Por perdida

ya la di,


»cuando el yugo

de un esclavo

como un bravo

sacudí.


»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar.


»Son mi música mejor

aquilones

el estrépito y temblor

de los cables sacudidos,

del negro mar los bramidos

y el rugir de mis cañones.


»Y del trueno

al son violento,

y del viento

al rebramar,


»yo me duermo

sosegado

arrullado

por el mar.


»Que es mi barco mi tesoro,

que es mi dios la libertad,

mi ley, la fuerza y el viento,

mi única patria la mar».


18 Como una sola flor desesperada, de Juana de Ibarbourou

Lo quiero con la sangre, con el hueso,

con el ojo que mira y el aliento,

con la frente que inclina el pensamiento,

con este corazón caliente y preso,


y con el sueño fatalmente obseso

de este amor que me copa el sentimiento,

desde la breve risa hasta el lamento,

desde la herida bruja hasta su beso.


Mi vida es de tu vida tributaria,

ya te parezca tumulto, o solitaria,

como una sola flor desesperada.


Depende de él como del leño duro

la orquídea, o cual la hiedra sobre el muro,

que solo en él respira levantada.


19 El remordimiento, de Jorge Luis Borges


He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer. No he sido

feliz. Que los glaciares del olvido

me arrastren y me pierdan, despiadados.


Mis padres me engendraron para el juego

arriesgado y hermoso de la vida,

para la tierra, el agua, el aire, el fuego.

Los defraudé. No fui feliz. Cumplida


no fue su joven voluntad. Mi mente

se aplicó a las simétricas porfías

del arte, que entreteje naderías.


Me legaron valor. No fui valiente.

No me abandona. Siempre está a mi lado

La sombra de haber sido un desdichado.


20 Si el hombre pudiera decir, de Luis Cernuda


Si el hombre pudiera decir lo que ama,

si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo

como una nube en la luz;

si como muros que se derrumban,

para saludar la verdad erguida en medio,

pudiera derrumbar su cuerpo,

dejando sólo la verdad de su amor,

la verdad de sí mismo,

que no se llama gloria, fortuna o ambición,

sino amor o deseo,

yo sería aquel que imaginaba;

aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos

proclama ante los hombres la verdad ignorada,

la verdad de su amor verdadero.


Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien

cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;

alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina

por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,

y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu

como leños perdidos que el mar anega o levanta

libremente, con la libertad del amor,

la única libertad que me exalta,

la única libertad por que muero.


Tú justificas mi existencia:

si no te conozco, no he vivido;

si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.


21 Corazón coraza, de Mario Benedetti

Porque te tengo y no

porque te pienso

porque la noche está de ojos abiertos

porque la noche pasa y digo amor

porque has venido a recoger tu imagen

y eres mejor que todas tus imágenes

porque eres linda desde el pie hasta el alma

porque eres buena desde el alma a mí

porque te escondes dulce en el orgullo

pequeña y dulce

corazón coraza


porque eres mía

porque no eres mía

porque te miro y muero

y peor que muero

si no te miro amor

si no te miro


porque tú siempre existes dondequiera

pero existes mejor donde te quiero

porque tu boca es sangre

y tienes frío

tengo que amarte amor

tengo que amarte

aunque esta herida duela como dos

aunque te busque y no te encuentre

y aunque

la noche pase y yo te tenga

y no.


22 Campanas de Bastabales, de Rosalía de Castro


Campanas de Bastabales,

cuando os oigo tocar,

me muero de añoranzas.


I


Cuando os oigo tocar,

campanitas, campanitas,

sin querer vuelvo a llorar.


Cuando de lejos os oigo

pienso que por mí llamáis

y de las entrañas me duelo.


Me duelo de dolor herida,

que antes tenía vida entera

y hoy tengo media vida.


Sólo media me dejaron

los que de allá me trajeron,

los que de allá me robaron.


No me robaron, traidores,

¡ay!, unos amores locos,

¡ay!, unos locos amores.


Que los amores ya huyeron,

las soledades vinieron…

de pena me consumieron.


II


Allá por la mañanita

subo sobre los oteros

ligerita, ligerita.


Como una cabra ligera

para oir de las campanas

la campanada primera.


La primera de la alborada

que me traen los aires

por verme más consolada.


Por verme menos llorosa,

en sus alas me la traen

retozona y quejumbrosa.


Quejumbrosa y temblando

entre la verde espesura,

entre la verde arboleda.


Y por la verde pradera,

sobre la vega llana,

juguetona y juguetona.


III


Despacito, despacito

voy por la tarde callada

de Bastabales camino.


Camino de mi contento;

y en tanto el sol no se esconde

en una piedrita me siento.

y sentada estoy mirando

como la luna va saliendo,

como el sol se va poniendo.


Cual se acuesta, cual se esconde

mientras tanto corre la luna

sin saberse para dónde.


Para dónde va tan sola

sin que a los tristes que la miramos

ni nos hable ni nos oiga


Que si oyera y nos hablara

muchas cosas le dijera,

muchas cosas le contara.


IV


Cada estrella, su diamante;

cada nube, blanca pluma;

triste la luna marcha delante.


Delante marcha clareando

vegas, prados, montes ríos,

donde el día va faltando


Falta el día y noche oscura

baja, baja, poco a poco,

por montañas de verdor.


De verdor y de follaje,

salpicada de fuentecillas

bajo la sombra del ramaje.


Del ramaje donde cantan

pajarillos piadores,

que con la aurora se levantan.


Que con la noche se adormecen

para que canten los grillos

que con las sombras aparecen.


V


Corre el viento, el río pasa.

Corren nubes, nubes corren

camino de mi casa.


Mi casa, mi abrigo,

se van todos, yo me quedo

sin compañía ni amigo.


Yo me quedo contemplando

las llamas del hogar en las casitas

por las que vivo suspirando.


…………………………..


Viene la noche…, muere el día,

las campanas tocan lejos

las notas del Ave María.


Ellas tocan para que rece;

yo no rezo que los sollozos

ahogándome parece

que por mi tienen que rezar.


Campanas de Bastabales

cando vos oio tocar,

me muero de añoranzas.


23 Noche oscura, de San Juan de la Cruz

En una noche oscura

con ansias, en amores inflamada,

¡oh dichosa ventura!

salí sin ser notada,

estando ya mi casa sosegada.


A oscuras, y segura,

por la secreta escala disfrazada,

¡Oh dichosa ventura!

a oscuras, y en celada,

estando ya mi casa sosegada.


En la noche dichosa

en secreto, que nadie me veía,

ni yo miraba cosa,

sin otra luz y guía,

sino la que en el corazón ardía.


Aquesta me guiaba

más cierto que la luz del mediodía,

adonde me esperaba

quien yo bien me sabía,

en parte donde nadie parecía.


¡Oh noche que guiaste!

¡Oh noche amable más que la alborada:

oh noche que juntaste

Amado con Amada.

Amada en el Amado transformada!


En mi pecho florido,

que entero para él solo se guardaba,

allí quedó dormido,

y yo le regalaba,

y el ventalle de cedros aire daba.


El aire de la almena,

cuando yo sus cabellos esparcía,

con su mano serena

en mi cuello hería,

y todos mis sentidos suspendía.


Quedeme, y olvideme,

el rostro recliné sobre el Amado,

cesó todo, y dejeme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

24 Mujer con alcuza, de Dámaso Alonso


¿Adónde va esa mujer,

arrastrándose por la acera,

ahora que ya es casi de noche,

con la alcuza en la mano?


Acercaos: no nos ve.

Yo no sé qué es más gris

si el acero frío de sus ojos,

si el gris desvaído de ese chal

con el que se envuelve el cuello y la cabeza

o si el paisaje desolado de su alma.


Va despacio, arrastrando los pies

desgastando suela, desgastando losa,

pero llevada

por un terror

oscuro,

por una voluntad de esquivar algo horrible.


Sí, estamos equivocados.

Esta mujer no avanza por la acera

de esta ciudad,

esta mujer va por un campo yerto,

entre zanjas abiertas, zanjas antiguas, zanjas recientes

y tristes caballones,

de humana dimensión, de tierra removida

de tierra

que ya no cabe en el hoyo de donde se sacó,

entre abismales pozos sombríos,

y turbias simas súbitas

llenas de barro y agua fangosa y sudarios harapientos del color de la desesperanza.

Oh sí, la conozco.

Esta mujer yo la conozco: ha venido en un tren

en un tren muy largo

ha viajado durante muchos días y durante muchas noches:

unas veces nevaba y hacía mucho frío,

otras veces lucía el sol y remejía el viento

arbustos juveniles

en los campos en donde incesantemente estallan extrañas flores encendidas.

Y ella ha viajado y ha viajado,

mareada por el ruido de la conversación,

por el traqueteo de las ruedas

y por el humo, por el olor a nicotina rancia.

¡Oh!:

noches y días,

días y noches,

noches y días,

días y noches,

y muchos, muchos días,

y muchas, muchas noches.


Pero el horrible tren ha ido parando

en tantas estaciones diferentes,

que ella no sabe con exactitud ni cómo se llamaban,

ni los sitios,

ni las épocas.


Ella recuerda sólo

que en todas hacía frío,

que en todas estaba oscuro,

y que al partir, al arrancar el tren

ha comprendido siempre

cuán bestial es el topetazo de la injusticia absoluta,

ha sentido siempre

una tristeza que era como un ciempiés monstruoso que le colgara de la mejilla,

como si con el arrancar del tren le arrancaran el alma,

como si con el arrancar del tren le arrancaran innumerables margaritas,

blancas cual su alegría infantil en la fiesta del pueblo

como si le arrancaran los días azules, el gozo de amar a Dios

y esa voluntad de minutos en sucesión que llamamos vivir.


Pero las lúgubres estaciones se alejaban,

y ella se asomaba frenética a las ventanillas,

gritando y retorciéndose,

sólo

para ver alejarse en la infinita llanura

eso, una solitaria estación

un lugar

señalado en las tres dimensiones del gran espacio cósmico

por una cruz

bajo las estrellas,

y por fin se ha dormido,

sí, ha dormitado en la sombra,

arrullada por un fondo de lejanas conversaciones

por gritos ahogados y empañadas risas,

como de gentes que hablaran a través de mantas bien espesas,

sólo rasgadas de improviso

por lloros de niños que se despiertan mojados a la media noche,

o por cortantes chillidos de mozas a las que en los túneles les pellizcan las nalgas,

… aún mareada por el humo del tabaco.

Y ha viajado noches y días,

sí, muchos días

y muchas noches.

Siempre parando en estaciones diferentes,

siempre con un ansia turbia, de bajar ella también, de quedarse ella también,

ay,

para siempre partir de nuevo con el alma desgarrada

para siempre dormitar de nuevo en trayectos inacabables.


… No ha sabido cómo.

Su sueño era cada vez más profundo,

iban cesando,

casi habían cesado por fin los ruidos a su alrededor:

sólo alguna vez una risa como un puñal que brilla un instante en las sombras,

algún chillido como un limón agrio que pone amarilla un momento la noche.

Y luego nada.

Sólo la velocidad,

sólo el traqueteo de maderas y hierro

del tren,

sólo el ruido del tren.


Y esta mujer se ha despertado en la noche,

y estaba sola,

y ha mirado a su alrededor,

y estaba sola

y ha comenzado a correr por los pasillos del tren,

de un vagón a otro,

y estaba sola,

y ha buscado al revisor, a los mozos del tren,

a algún empleado,

a algún mendigo que viajara oculto bajo un asiento,

y estaba sola

y ha gritado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado en la oscuridad,

y estaba sola,

y ha preguntado

quién conducía,

quien movía aquel horrible tren.

Y no le ha contestado nadie,

porque estaba sola,

porque estaba sola.

Y ha seguido días y días,

loca, frenética,

en el enorme tren vacío,

donde no va nadie,

que no conduce nadie.


… Y ésa es la terrible,

la estúpida fuerza sin pupilas,

que aún hace que esa mujer

avance y avance por la acera,

desgastando la suela de sus viejos zapatones,

desgastando las losas,

entre zanjas abiertas a un lado y otro,

entre caballones de tierra,

de dos metros de longitud,

con ese tamaño preciso

de nuestra ternura de cuerpos humanos.

Ah, por eso esa mujer avanza

(en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),

abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,

como si caminara surcando un mar de cruces, o un bosque de cruces,

o una nebulosa de cruces,

de cercanas cruces,

de cruces lejanas.

Ella,

en este crepúsculo que cada vez se ensombrece más

se inclina

va curvada como un signo de interrogación

con la espina dorsal arqueada

sobre el suelo.

¿Es que se asoma por el marco de su propio cuerpo de madera

como si se asomara por la ventanilla

de un tren,

al ver alejarse la estación anónima

en que se debía haber quedado?

¿Es que le pesan, es que le cuelgan del cerebro

sus recuerdos de tierra en putrefacción,

y se le tensan tirantes cables invisibles

desde sus tumbas diseminadas?

¿O es que como esos almendros

que en el verano estuvieron cargados de demasiada fruta

conserva aún en el invierno el tierno vicio

guarda aún el dulce álabe

de la cargazón y de la compañía,

en sus; tristes ramas desnudas, donde ya ni se posan los pájaros?

25 Octubre, de Juan Ramón Jiménez


Estaba echado yo en la tierra, enfrente

el infinito campo de Castilla,

que el otoño envolvía en la amarilla

dulzura de su claro sol poniente.


Lento, el arado, paralelamente

abría el haza oscura, y la sencilla

mano abierta dejaba la semilla

en su entraña partida honradamente


Pensé en arrancarme el corazón y echarlo,

pleno de su sentir alto y profundo,

el ancho surco del terruño tierno,

a ver si con partirlo y con sembrarlo,


la primavera le mostraba al mundo

el árbol puro del amor eterno.


26 Me basta así, de Ángel González


Si yo fuese Dios

y tuviese el secreto,

haría

un ser exacto a ti;

lo probaría

(a la manera de los panaderos

cuando prueban el pan, es decir:

con la boca),

y si ese sabor fuese

igual al tuyo, o sea

tu mismo olor, y tu manera

de sonreír,

y de guardar silencio,

y de estrechar mi mano estrictamente,

y de besarnos sin hacernos daño

-de esto sí estoy seguro: pongo

tanta atención cuando te beso-;

entonces,


si yo fuese Dios,

podría repetirte y repetirte,

siempre la misma y siempre diferente,

sin cansarme jamás del juego idéntico,

sin desdeñar tampoco la que fuiste

por la que ibas a ser dentro de nada;

ya no sé si me explico, pero quiero

aclarar si yo fuese

Dios, haría

lo posible por ser Ángel González

para quererte tal como te quiero,

para aguardar con calma

a que te crees tú misma cada día,

a que sorprendas todas las mañanas

la luz recién nacida con tu propia

luz, y corras

la cortina impalpable que separa

el sueño de la vida,

resucitándome con tu palabra,

Lázaro alegre,

yo, mojado todavía

de sombras y pereza,

sorprendido y absorto

en la contemplación de todo aquello

que, en unión de mí mismo,

recuperas y salvas, mueves, dejas

abandonado cuando -luego- callas…

(Escucho tu silencio.

Oigo

constelaciones: existes.

Creo en ti.

Eres.

Me basta.)

27 Quiéreme entera, de Dulce María Loynaz


Si me quieres, quiéreme entera,

no por zonas de luz o sombra…

Si me quieres, quiéreme negra

y blanca, Y gris, verde, y rubia,

y morena…

Quiéreme día,

quiéreme noche…

¡Y madrugada en la ventana abierta!…


Si me quieres, no me recortes:

¡Quiéreme toda… O no me quieras


28 Entre ir y quedarse, de Octavio Paz


Entre irse y quedarse duda el día,

enamorado de su transparencia.


La tarde circular es ya bahía:

en su quieto vaivén se mece el mundo.


Todo es visible y todo es elusivo,

todo está cerca y todo es intocable.


Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz

reposan a la sombra de sus nombres.


Latir del tiempo que en mi sien repite

la misma terca sílaba de sangre.


La luz hace del muro indiferente

un espectral teatro de reflejos.


En el centro de un ojo me descubro;

no me mira, me miro en su mirada.


Se disipa el instante. Sin moverme,

yo me quedo y me voy: soy una pausa.


29 La princesa está triste, de Rubén Darío


La princesa está triste.. Qué tendrá la princesa?

Los suspiros se escapan de su boca de fresa,


que ha perdido la risa, que ha perdido el color.

La princesa está pálida en su silla de oro;

está mudo el teclado de su clave sonoro,

y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.


El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.

Parlanchina, la dueña dice cosas banales,

y vestido de rojo piruetea el bufón.

La princesa no ríe, la princesa no siente;

la princesa persigue por el cielo de Oriente

la libélula vaga de una vaga ilusión.


¿Piensa acaso en el príncipe de Golconda o de China,

o en el que ha detenido su carroza argentina

para ver de sus ojos la dulzura de luz?

¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,

o en el que es soberano de los claros diamantes,

o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?


¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa

quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,

tener alas ligeras, bajo el cielo volar;

ir al sol por la escala luminosa de un rayo,

saludar a los lirios con los versos de Mayo,

o perderse en el viento sobre el trueno del mar.


Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,

ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,

ni los cisnes unánimes en el lago de azur.

Y están tristes las flores por la flor de la corte;

los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,

de Occidente las dalias y las rosas del Sur.


¡Pobrecita princesa de los ojos azules!

Está presa en sus oros, está presa en sus tules,

en la jaula de marmol del palacio real;

el palacio soberbio que vigilan los guardas,

que custodian cien negros con sus cien alabardas,

un lebrel que no duerme y un dragón colosal.


¡Oh, quién fuera hipsipila que dejó la crisálida!

(La princesa está triste; la princesa está pálida.)

¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!

¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe

(la princesa está pálida; la princesa está triste),

más brillante que el alba, más hermoso que Abril!


“Calla, calla, princesa” -dice el hada madrina-,

“en caballo con alas hacia aquí se encamina,

en el cinto la espada y en la mano el azor,

el feliz caballero que te adora sin verte,

y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,

a encenderte los labios con su beso de amor…”.


30 Amor empieza por desasosiego, de Sor Juana de la Cruz


Amor empieza por desasosiego,

solicitud, ardores y desvelos;

crece con riesgos, lances y recelos;

susténtase de llantos y de ruego.


Doctrínanle tibiezas y despego,

conserva el ser entre engañosos velos,

hasta que con agravios o con celos

apaga con sus lágrimas su fuego.


Su principio, su medio y fin es éste:

¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío

de Celia, que otro tiempo bien te quiso?


¿Qué razón hay de que dolor te cueste?

Pues no te engañó amor, Alcino mío,

sino que llegó el término preciso.

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