"No intentes entender a México desde la razón, tendrás más suerte desde lo absurdo, México es el país más surrealista del mundo", decía a principios del siglo el escritor y poeta André Breton, responsable de la publicación en 1924 del "Primer manifiesto surrealista", en París. La exposición México moderno. Vanguardia y revolución que acaba de abrir sus puertas en el Malba, reúne un apabullante conjunto de obras de los maestros mexicanos:
Orozco, Rivera, Siqueiros, Frida Kahlo entre otros 60 artistas.
De esta camada de creadores fuertemente ligados al muralismo se presentan el resto de los formatos en los que experimentaron: pinturas de caballete, dibujos, fotografía, esculturas y hasta máscaras y tapices. Pero también los bocetos de sus propios murales. Nueve aviones fueron necesarios para trasladar la totalidad de las obras hasta la Argentina. La muestra recorre un corto espectro de tiempo -la primera mitad del siglo XX-, efervescente y cambiante, donde la sociedad mexicana muta de paradigma al igual que los artistas de la época, quienes van en busca de su identidad cultural, en un contexto signado por el cambio de siglo, la revolución mexicana y la revalorización de sus raíces indigenistas, entre las más ricas de la región. Gran parte de las obras provienen del Museo Nacional de Arte de México / INBA (MUNAL). La muestra, con la curaduría de Victoria Giraudo (Malba), Ariadna Patiño Guadarrama y Sharon Jazzan Dayan (Munal), se podrá visitar hasta el 19 de febrero de 2018, en Avenida Figueroa Alcorta 3415.
1. Diego Rivera, Baile en Tehuantepec (1928)
"Quería que mis pinturas reflejaran la vida social de México como yo lo veo, y que a través de ese reflejo de lo auténtico se le enseñara a las masas las oportunidades para el futuro", dijo en vida Diego Rivera, uno de los mexicanos más famosos fuera de las fronteras de su país. La llegada de la modernidad tiene que ver con la búsqueda de una identidad propia y es ahí precisamente donde México, principalmente sus grandes artistas, van a rescatar sus tradiciones y revalorizar el indigenismo. Luego de una etapa influenciada por el cubismo -obras también presentes en esta muestra, como por ejemplo el Paisaje zapatista-, Diego Rivera realiza esta pintura monumental en 1928, una de sus más importantes creaciones. El marido de Frida Kahlo homenajea aquí a las coloridas costumbres y tradiciones culturales de aquel pueblo oaxaqueño, situado en el sur de México. Tres parejas bailan, las mujeres con sus vestidos bordados y el cabello con cintas de colores; los hombres de blanco y sombrero de terciopelo típico de la época. Para algunos, la estética de Rivera era demasiado "bucólica", demasiado "bonita" si se la comparaba con la de Orozco y Siqueiros, que no dudaban a la hora de mostrar, por ejemplo, el costado más crudo de la revolución. En 1930, la obra fue exhibida por primera vez en MoMA y en 1950 se presentó en la Bienal de Venecia, en el envío oficial de México. El lienzo fue adquirido por el coleccionista Eduardo Costantini en 2016, por 15,7 millones de dólares y la obra vuelve a exhibirse en América Latina después de 30 años.
2. Frida Kahlo, Fulang-Chang y yo (1937)
La dualidad, la contradicción, la figura desdoblada es una idea recurrente en la pintora mexicana Frida Kahlo, niña rebelde, solitaria y sufrida, símbolo universal asociado a la cultura del país azteca. Basta pensar en la emblemática pintura Las dos Fridas, una de sus más famosas, donde se muestra a sí misma vestida a la moda europea -en honor a su ascendencia alemana- y al lado, con el traje de tehuana (una típica vestimenta regional mexicana), ambas tomadas de la mano, como en una fusión de identidades culturales. En esta exposición en MALBA, el visitante se encontrará con otra pieza dual, Fulang Chang and I (1937), perteneciente al acervo del MoMA y que la entidad neoyorquina presta por primera vez a una institución latinoamericana. Se trata de uno de sus más célebres autorretratos, donde se la ve de cabello suelto, una cinta rosa que le cae por el cuello y un monito que se cobija junto a su pecho. En la mitología mexicana, el mono es el patrón de la danza, pero también un símbolo de lascivia. Dos años después de pintarlo, Frida le agrega un marco y un espejo artesanal oaxaqueño para colocar junto a la obra, y los regala a su amiga íntima en la ciudad de Nueva York, una mujer llamada Mary Sklar, con una aclaración: el espejo es para que, al verse reflejada, pudieran siempre estar juntas. "Esta obra es clave porque se anticipa, en 1939, a todos los movimientos de los 60 que incorporan al espectador a la obra. Anticipa lo que declara Umberto Eco en su libro Obra abierta en 1962", sintetiza Giraudo.
3. David Alfaro Siqueiros, Autorretrato (el coronelazo), 1945.
Figura compleja y destacada de la escuela de muralistas mexicanos, Siqueiros es un personaje polémico, de vida intensa e idealista. Fue militante del Partido Comunista, era un ávido activista político, estuvo en la cárcel y también en el exilio. Incluso, convivió junto a Diego Rivera y Frida Kahlo durante algún tiempo en la famosa Casa Azul, en Coyoacán. En su obra suele abordar temas sociales y políticos. Estaba convencido del movimiento muralista como instrumento para difundir la cultura entre su pueblo. Sin embargo, la ciudad de Buenos Aires, es cobijo permanente de una de sus obras más famosas, la única que no alude a lo político o social. Ejercicio plástico, exhibido en el Museo Casa Rosada, reúne figuras etéreas como en una suerte de danza acuática, pintadas por Siqueiros en 1933, con la ayuda de Antonio Berni, Juan Carlos Castagnino, Lino Spilimbergo y Enrique Lázaro, en el sótano de la quinta donde vivía el empresario periodístico Natalio Botana, en Don Torcuato. Es fácil encontrar similitudes entre aquel famoso mural y las pinturas exhibidas en el Malba, como Autorretrato o Accidente en la mina: una perspectiva dinámica, formas monumentales, sombras acentuadas y una paleta de colores limitada, característicos de su trabajo. Además, Siqueiros estaba influenciado por la estética del cine ruso, como por ejemplo sus encuadres.
4. José Guadalupe Posada, La calavera catrina (1912)
Convertida años después en símbolo oficial de la celebración del Día de los Muertos -tradición azteca que se remonta a la época prehispánica-, La calavera catrina es una zincografía (impresión que reemplaza la piedra litográfica por la plancha de zinc) pintada por el artista José Guadalupe Posada en 1912. Una calavera con un distinguido sombrero de plumas es la imagen elegida para criticar de manera metafórica a la aristocracia mexicana, a las clases privilegiadas, antes de la revolución. "Catrina es algo así como un dandy, un snob, una figura típica de la modernidad, que quiere simular ser algo que no es", explica Victoria Giraudo. La metáfora de la muerte implica que "así como estás, te vas, no importa si seas rico o pobre", agrega la curadora mexicana Ariadna Patiño Guadarrama. Años después la imagen será tomada a modo de homenaje por Diego Rivera, como tema central de uno de sus murales más destacados, Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central. Finalmente, la catrina se incorpora al imaginario colectivo mexicano como una de las representaciones centrales del Día de los Muertos, cada 2 de noviembre, un festejo para recordar a los seres queridos que ya no están, con ofrendas, flores, velas y mucho color.
5 . Leonora Carrington, Night Nursery Everything (1947)
Para muchos, la pintora y escritora surrealista Leonora Carrington fue una protofeminista, ya que desde su infancia su obra se centró en los roles que las mujeres desempeñaron en la sociedad a lo largo del tiempo, guiada por una fuerte creencia en la igualdad de género. Fue compañera romántica y musa del pintor alemán surrealista Max Ernst, con quien compartió el interés por el mundo de los sueños y la simbología onírica. Nacida en Inglaterra, a los 26 años emigró a México, donde se reencontró con amigos de Europa, como André Breton, y donde estableció una larga amistad con Remedios Varo. En esta témpera de 1947, Night Nursery Everything, dos personajes femeninos algo extraños están en el medio de una habitación de enrarecida atmósfera, mientras un bebé descansa en una cuna bastante atípica, que cuelga casi del cielorraso, en un contexto que se puede adivinar nocturno y onírico. "¿Crees que alguien escapa de su infancia? Yo no lo creo", solía decir esta creadora, fiel exponente del surrealismo, reconocida por sus figuras espectrales o en vigilia. Fue la única artista extranjera a la que se le encargó ejecutar un mural para el Museo Nacional de Antropología de México, titulado El mundo mágico de los mayas.
6. José Clemente Orozco, El desmembrado (1947)
Junto a Rivera y Siqueiros, José Clemente Orozco conforma la trinidad del arrollador movimiento muralista mexicano -apoyado desde el gobierno, a través de la figura del ministro José Vasconcelos- para difundir la historia y la cultura de México desde los muros públicos. Orozco es autor por ejemplo del famoso Retrato de Pancho Villa, que también se incluye en esta exposición, enmarcado en una visión de un pueblo heroico, organizado, que se levanta en armas y triunfal. En sus obras, Orozco concilia lo asimilado por las vanguardias europeas -adonde se posaron los ojos del mundo a principios del siglo XX-, con el nacionalismo cultural de su país. En El desmembrado, un hito en la historia del arte de su país, Orozco retrata a una sociedad mexicana que ha sido fragmentada, desmembrada, en conflicto, en una doble alusión a lo ocurrido con la identidad cultural de los pueblos prehispánicos pero también a la violencia de los españoles sobre el imperio azteca. La conquista era una temática recurrente en la obra de este artista oriundo de Jalisco.
7. Remedios Varo, Ícono (1945)
Antonin Artaud y André Breton son sólo algunos de los europeos que llegaron a principio de siglo XX hasta México para experimentar de primera mano las cualidades únicas que ofrecía este país, donde veían una convivencia entre lo real y lo fantástico en el día a día. Las raíces y tradiciones del mundo prehispánico -repletas de elementos míticos y totémicos, animales y frutos fantásticos, imponentes arquitecturas simbólicas regidas por diferentes cosmogonías-, sumado a las tradiciones religiosas virreinales, festividades, retablos, exvotos, altares y una vasta iconografía popular fueron inspiradoras y se fusionaron en obras de artistas que adscribieron a esta corriente, como el caso de la española Remedios Varo. Este óleo con incrustaciones de nácar y hojas de oro, sobre un tríptico de madera -que pertenece a la colección del Malba- fue realizado en 1945 y exhibe una suerte de torre con alas, bajo una rueda de bicicleta, iluminada y sostenida por varias lunas. Lo religioso ligado a un contexto onírico fue abordado por esta artista que se convirtió en una de las primeras mujeres en estudiar en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, antes de exiliarse en México, donde falleció en 1963.
*México moderno. Vanguardia y revolución. Hasta el 19 de febrero de 2018, en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, MALBA. Avenida Figueroa Alcorta 3415, (CABA).
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